LITURGIA DOMINICAL
Oración, perseverancia y esperanza
Mucho S, al oír hablar de oración perseverante, piensan inmediatamente en la machaconería, en repetir fórmulas y palabras; nunca en esa oración más profunda de encuentro silencioso, iluminador, con la verdad de Dios que nos revela nuestra propia verdad y nos esclarece la situación humana. Es ésta la oración que es indispensable y necesaria, porque es el clima en que nace y madura la fe y la vida. Dios no se parece, en absoluto, a aquel juez inicuo, venal y sinvergüenza, que se nos describe en el Evangelio de este domingo. Es el extremo contrario. El Dios que nos da a conocer Jesucristo se define por su amor a los hombres. «Al orar, no multipliquéis las palabras como quienes piensan que se les concederá su petición por sus muchas palabras. Dios sabe lo que necesitáis antes de pedírselo». No se nos piden prolongados rezos, sino un corazón que percibe el amor de Dios y, a su vez, le manifiesta su propio amor. La oración cristiana, nacida de la vivencia y no de la mera costumbre social, tiene un tono que la distingue de la meramente religiosa. El discípulo no se encuentra, en primer lugar ante el creador omnipotente e infinito, sino ante el padre (abba=papá) y el amigo. No entiende a Dios como habitante de los lejanos cielos, sino como «el que está con él». Nota la fuerza de su espíritu en lo más profundo de sí mismo. Entiende que no es él quien tiene a Dios, sino que es Dios quien lo posee a él desde su fe. El cristiano va experimentando esta luminosa realidad en medio de las limitaciones que el ser hombre lleva consigo. «Yo soy el que vais viendo que soy», podría ser una traducción de esa vivencia dinámica del Dios que se nos va dando a conocer a través de la Sagrada Escritura. La flor recién arrancada sigue siendo hermosa por un tiempo; el rabo cortado a la lagartija se mueve mucho, pero han perdido su conexión con la fuente de su vida y el fin es seguro y cercano. Eso mismo le pasa a la vida cristiana sin contacto con Dios. Orar siempre es vivir con sentido, llevar la vida a presencia del Dios que viene, salir al encuentro del Hijo del Hombre. Permanecer en la fe y en la esperanza, trascender nuestras razones y nuestros egoísmos. Responder a la llamada de Dios que nos convoca a todos los hombres para entrar en su Reino de paz, de justicia, de verdad, de libertad, reino de fraternidad. Orar es, en consecuencia, luchar por todos esos ideales tan profundamente humanos y tan profundamente cristianos. Por eso en la oración se injerta la esperanza. De ella nace y a ella conduce. No la podemos confundir con la simple espera de algo que quizá se realice. La esperanza cristiana consiste en la certeza de conseguir algún día, en plenitud y para siempre, lo añorado en lo más íntimo y verdadero de nuestro corazón, a pesar de todas las situaciones y contra dicciones que hagan difícil mantener esta actitud. speranza que respeta el «tiempo de Dios», pero que lleva a trabajar para adelantarlo.