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PARÍS ya no vale una misa ni unos cuernos, debió concluir Cecilia María Sara Isabel Ciganer-Albéniz, anteayer Cecilia Sarkozy (suena a oncogén el tío) y, aún antes, Cecilia Martin. Las francesas, amén de tener poco apellido, lo pierden al casarse (qué manera de liberarse, oiga) y en España ya casi no queda paisana matrimoniada que se atreva a endosar a sus apellidos el del maromo, cosa gagá que se refugia ya sólo en aristoburguesías decadentes o aristopaletos emergentes. Y Cecilia, tras una peripecia de espantadas y reconciliaciones de galería, se liberó de la jamosta, tiró los laureles a las lentejas y regresó desenjaulada a esos sus apellidos de latido ruso y español que van precedidos de una ristra de nombres propios que delatan la cuna rica donde nació y que allí había con qué y sobraban abuelas. Esa medio paisana nuestra (de Ruiz Gallardón es prima) se nos muestra valiente y admirable, manda al cuerno aquello por lo que muchísimas mujeres venderían la mitad del alma (la otra mitad jamás se vende) y deja plantado en la escalinata de la gloria y del poder a ese retaco Napoleón de la porra y del tundatunda que tiene perplejos a propios (desciende al trote su popularidad) y muy contentos a los sindicatos franceses que ya le han zumbado una huelga morrocotuda por la reversa de las estaciones. Cosas así jamás se vieron en la vida de ningún presidente francés en ejercicio, y mira que todos anduvieron también entre cuernos, periodistas bragueteras, concubinas enciclopédicas o con dos mujeres a la vez, como se oficializó en el entierro de Mitterrand con la propia y la subcontratada. El argumento final de Cecilia para abandonar el lecho conyugal del Elisée es que los ritos del poder le abruman, que le fatigan protocolos, hipocresías y paripés... y que a ella no le han elegido los votantes (viva la decencia personal) ni para ser primera dama ni para llevar la bandera corta o las faldas largas... y siempre un pasito detrás, una sombra simpática, un bibelot presidencial, un adorno del guerrero y su descanso, una comprensiva esposa, una discreta ausencia política y una obsesiva presencia en saraos, ceremonios, ritos y pitos... Y dijo ahí te quedas, que ni me ves ni me ateclas. Y si necesitas pareja para los banquetes oficiales, te llevas a Juana de Arco o a la Pompadour.