Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

La cultura de la teta

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VICTORIANO CRÉMER
León

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CLARO ES, SEÑORA, que a mí lo que de verdad me gusta es tratar de política y en segundo y último extremo, en los distintos agentes humanos que conforman el mecanismo de la política actual. Pero resulta que cuando dispongo el mecanismo de comunicación precisamente para exponer mi punto y coma de vista para exponer mi opinión sobre el tema, algo misterioso se interpone y el texto, que tanto sufrimiento me cuesta parir, acaba en el cesto de los papeles inútiles, que suele ser la cuneta periodística más utilizable. Y convencido de que el camino no está para que yo lo frecuente, derivo mi nave hacia aguas más serenas y libres. Y como observará, suelo entrar en la harina de los precios y en lo de las modas que sirven para acreditar el índice cultural de nuestro tiempo de nuestros jóvenes y de nuestras «jóvenes»¿ De modo que para evitar contratiempos, recojo de la calle, que es donde se gestan las opiniones más democráticas, la señal más frecuente y más en línea de nuestra hora: La cultura de la teta Nunca, ni el tiempo rubeniano de las tres gracias, se dio una inclinación pública tan apasionada como en los tiempos actuales por el cultivo de esa porción de la naturaleza femenina que es la teta. Porque hay tetas de tetas y las que no llegan a ser sino un apunte para una posible teta. Hubo una época en la que la teta no era ni mucho menos una expresión procaz, sino todo lo contrario y en barrios tan clásicos, históricos y leonesistas como La Corredera, se recetaban tetas de señoras nodrizas para curar el dolor de oídos. Y como se conoce en La Maragatería, se conocía el poder de estos atributos de la mujer por su poderío, subrayando para conocimiento de forasteros, que «podían más dos tetas, que dos bueyes de carreta». Y los señoritos con coche de caballos, disponían en su servicio o por mejor decir, en el servicio de sus embarazadas esposas, con poderosas chicas parideras, con tetas al servicio del común. Y se estimaban mucho las que se traían las muchachas con niño reciente y caliente procedente de poblados de la montaña. Donde aparecía una sirvienta nodriza de la montaña oriental, por ejemplo, que se quitaran las de Sahagún o las de la Sobarriba. Las madres no se recataban en dar de mamar a sus hijos a teta descubierta y los copleros del pueblo como Mauro Santos o Paco Pérez Herrero, escribían coplas que servían como alivio y estímulo de las parturientas metidas a portadoras de valores lácteos. La lactancia era la cultura de los pueblos con espíritu de supervivencia. Y entre las coplas más prestigiosas y conocidas aparecía aquella de Pérez Herrero, sin duda, que decía: «Dale la teta, mujer/ que no hay en el mundo nada/ como una buena mamada/ del niño nada más nacer¿» Copiamos: «El Grupo Popular defenderá en las Cortes de Castilla y León una proposición, no de ley en la que pedirá al Ejecutivo autonómico que impulse la cultura de la lactancia». O sea de la teta.

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