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CRÉMER CONTRA CRÉMER

La quiniela del millón

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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Aparecen ya con frecuencia las anotaciones sobre la marcha electoral que nos importa. Y ha comenzado a establecerse entre los comentaristas la pregunta más o menos interesada, dado que cada uno habla de la feria según le va en ella: ¿Quién cree usted que resultará ganador en las elecciones que estamos elaborando a mano? ¿Los partidarios de Zapatero o los de Rajoy? Y como de la circunstancia de que el señor Zapatero es parte de nuestra familia local, se ha formado entre nosotros y ha sido y es ángel tutelar de nuestras necesidades, cabría arriesgar la respuesta, sugiriendo que en el personaje se cifran muchas de las virtudes que acreditan el perfil del candidato deseado. Pero es que al señor Rajoy, gallego con señales leonesas, por su estancia prolongada entre nosotros y por su estilo fogoso a la hora de defender ideas e intereses partidistas, es figura apreciada y defendida por una porción muy importante de la nómina leonesa. ¿Cabe entonces pensar en un empate? ¿Importa que esto se produzca o más bien hay que pelear por superar la posibilidad de que podamos caer en una igualdad de fieles que impidan ver la realidad, al modo como los árboles no dejan ver el bosque?... No diremos que tanto monta Rajoy como Zapatero porque no es rigurosamente cierto. Aparte las influencias que se derivan de la presión de lo leonés en la toma de decisión del elector, porque esto no sucederá, pero sí convendría prevenirnos desde el pórtico que se entreabre para que a la hora de discernir cual de entre los candidatos pudiera ser el más favorable y el más adecuado a las necesidades de la ciudad, de la provincia y de la comunidad, a fin de que no nos veamos después de pasado el charco, envueltos en la duda negativa. Porque lo malo, lo peligroso, no es seleccionar al representante ni siquiera poner sobre la mesa los títulos y méritos que pudieran acreditar la nominación de este o del otro: Lo tremendo de esta situación electoral, de la que algunos piensan solamente en sacar provechos personales, es «el día después», como en el trance amoroso. Porque el día después será el crujir de dientes y el rasgado de vestiduras por nuestra torpeza, por nuestra versatilidad, por nuestra incoherencia política, por nuestro desconocimiento de las reglas del juego. Porque este ejercicio de elegir es grave, es arriesgado y no tiene enmienda, si el elector se deja ganar por las apariencias. Las elecciones -y lo digo yo, que he mantenido siempre una idea de abstención frente a la mercadería de algunos resultados- deben ser entendidas como la única salida democrática en la que se nos permite a todos expresar nuestra opinión... La nuestra, no la opinión de los que acuden al panal de rica miel de las elecciones, para saciar apetitos más bien bastardos... Danilo Kis solía aconsejar para casos como este: «Cultiva la duda con respecto a las ideologías reinantes y a los príncipes».