Los míos
LA SOSOPECHA ya está zurcida y servida. Acusan a un concejal leonesista de estos pactos y pastos de colocar a todo un pelotón de los de su cuerda con cargo a la ubre presupuestaria del ayuntamiento de esta capital... y toda la excusa alegada es que, para cubrir esas plazas, las pruebas fueron limpias, pero que los de su partido estaban más preparados. Ancho el tío, ¿no?... Se demuestra que una democracia es un simulacro cuando el enchufismo se incrusta o se enquista en el sistema y no hay ya dios que lo desmonte, tolerándose que cada rabadán que asoma en jefaturas arrime o cuele a sus zagales en el rebaño y que cada zagal, después, meta su «excusa» particular en la hacienda ganadera, su hato, su coto, su gabela... su plaza en propiedad y vitalicia (paga el Estado, que es tonto; paga el untamiento , que se deja; paga la untonomía , que agradece). La verdadera dinamita contra una democracia son los privilegios y ese dedo-dedón que consagra la voladura del principio de igualdad. Los padrinos no han muerto ni están abolidos. Hay bautizos cada día porque más vale un amigo que la mejor academia; más pesa un carnet que un temario de tres tomos... y más caga un buey atado al pesebre que cien golondrinas en un aire sin dueño... A estas alturas de la comedia en las contrataciones públicas, ¿quién cree realmente que exista una pureza legal y absoluta en oposiciones, concursos, adjudicaciones y demás?... A chufla toma la gente la teórica asepsia o pureza y se entiende la cosa del amigueo o del conmilitón como algo inevitable, como mal menor o -y aquí viene lo epidémico- como estupendo precedente para que cualquiera justifique hacer lo mismo cuando le llegue el turno y sea cara la cruz se su tortilla. «Este mal que no mejora... no es de ahora», sentencia el refrán. Pero ¿estaremos condenados a que sea crónico a perpetuidad?... Repito mucho aquello de Bertrand Russell: «Las naciones no cambiarán hasta que los profesores de Historia sean extranjeros»; pues bien, con las contrataciones públicas deberíamos proceder paralelando este medicinal consejo y convenciéndonos de que nada cambiará en este cebollón funcionarial que crece en capas superpuestas hasta que los tribunales que certifiquen aptitudes no sean de algún Pénjamo lejano en el que desconozcan nombres y recomendaciones.