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CRÉMER CONTRA CRÉMER

¡Lo siento, señora baronesa!

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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DE VERDAD, DE verdad que lo siento. No sé todavía por qué, le tenía afición a la señora baronesa, acaso por ser la única en su género que conozco, pero cuando me enteré, naturalmente por el periódico (porque a la baronesa sin duda se le olvidó invitarme a la celebración) de que se le casaba el niño que ella había cuidado como a la niña de sus ojos. Entonces, sentí todo el honor que confiere no solamente el hecho en sí de tratar de seguir la peripecia de la única baronesa que conozco de oídas, sino también por la circunstancia nacional de sentirme inserto en la crónica rosa de la España nupcial. En el momento en el cual me dispongo a poner en su conocimiento el sentimiento de exaltación nacional, se están celebrando o preparándose en la península bodorrios de tal naturaleza que cabe asegurar que desde el que protagonizó en cierto modo el ex presidente del Gobierno no se había anunciado otro. Y España, que estaba a punto de celebrar su fiesta nacional de la Pilarica con bandera, música y desfile de la Legión con cabra, solicitó humildemente que no se descuidara la exaltación y cuidado de esta industria de los bodorrios multimillonarios, de los unos con las otras y viceversa, que hasta uno de los Morancos se entregaba por amor en brazos de su amada o amado, que no se sabe... De entre este glorioso evento de la boda nuestra de cada día, con ruido de compra-venta de todo lo que se acumula en estos casos, (que no parece sino que aquí el que no vende la exclusiva de una boda, un bautizo, o una ruptura más o menos sentimental, como si estuviera a punto de morir soltero) pues, como me disponía a contar, la señora baronesa Tita Cervera andaba de nuevo agitada cuando se propuso evitar que le talaran los árboles del Paseo del Prado, esos que dan sombra a su museo el Thyssen Bornemisza, estaba dispuesta a que su niño, Borja, que hacía tiempo que venía tonteando con una chica maja pero despelotada se casara como Dios manda y no a lo punki, sin que se le ocurriese respetar los deseos y los protocolos de la señora baronesa, su madre. Y naturalmente se produjo la celebración con su parafernalia. Y los niños Borja y Blanca, se casaron en Terrasa, de incógnito y por la noche, pagando lo que fuera de ley y la señora baronesa, además de un cabreo que le rizaba el pelo llegó al convencimiento de que como en España para hacerle a uno la puñeta ni hablar. Y se marchó a Lugano, que es tierra independiente de la gran Italia de Vitorio de Sica. Y España, que permanecía atenta y expectante por la trifulca de familia que se organizó en detrimento de los derechos naturales de la baronesa, se cubrió de luto y lloró sí, señoras y señores, lloró como cuando Jesulín de Ubrique, el torero de las bragas de señora, se jubiló atendiendo la llamada sentimental de la que es su señora, María José Campanario. La boda frustrada del niño de la Baronesa ha sido un ultraje para el buen nombre de España. Y es que hay novedad, señora Baronesa, hay novedad!... Y cuando el amor aprieta, ni los títulos ni las herencias se respetan. ¡Joer qué tropa!

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