CRÉMER CONTRA CRÉMER
El racismo y la niña ecuatoriana
QUE ESPAÑA ES un país libre se demuestra fácilmente. Que los llegados a sus costas pueden tener la seguridad de que serán respetados y se les facilitará ropa, una manta y un puesto a la lumbre también tiene fácil comprobación. Que tanto los cobrizos, como los aceitunados, como los negros azabache, salvo error de vecino, tienen asegurada atención y hasta, a poco que se esfuercen un puesto en el programa de vacaciones para mayores, también es de fácil comprobación. Y se puede asegurar que la mayoría española mantiene el espíritu solidario con los viajeros que al cabo de su andadura deciden quedarse entre nosotros, para ayudarnos a solucionar el problema laboral de la vendimia o del andamio, sin que nadie ni nada se oponga a su libre función de vivir en España. Salvo errores, repito, de dolorido sentir, como en España «ni hablar», que diría Escobar, con su música. Lo que no quiere decir que estemos exentos de la existencia y maniobras de algunos personajes de novela de terror, que andan sueltos por las calles, plazas y montos dispuestos a turbar la santa paz que nos es debida a todo hombre o mujer con plenitud de razón y sentido de hermandad. Sucedió, para demostrar que algo no funciona como es debido entre nosotros, que entre la multitud de seres razonablemente aptos para la vida en comunidad pululan animales bípedos que se empeñan en demostrar lo contrario. Como aconteció con esa muchachita ecuatoriana que, convencida de que se movía entre gente civilizada, tómo el autocar que a su casa le conducía y dedicó su tiempo de viaje a soñar en una vida mejor. Y en este sueño lírico dejó pasar el tiempo y el trayecto. Hasta que surgió de entre la niebla un fantasmón ibérico, de mirada extraviada, de perilla recortada y gesto de animalito ciego, que se le acercó a la muchacha de manera tan impertinente que la infeliz se sintió más sola y amenazada que en su tierra con bosques y fieras sueltas y hasta con zopilotes volando alrededor de su sombra. Y escuchó aterrada de aquel despojo de la sociedad urbana que le gritaba: «Inmigrante, vete a tu país»... Y sintió las manazas de bestia del salvaje golpeándola el rostro, mientras seguía gritando: «Coge la patera y vuelve a tu país». Y la muchacha se echó a llorar con el desconsuelo de comprobar que no se destacaba una voz en su defensa, que otros viajeros escuchaban al energúmeno y no se sentían obligados a interponerse en defensa de la muchacha. Y fue entonces cuando el bestia nato de la especie de los insensibles, utilizaba una de sus patas traseras para golpear a la niña. Y nadie levantó la voz ante la bestialidad suelta del bárbaro. Y a mí me dio pena y me causó un respeto imponente, al contemplar la huida de la niña maltratada. Y me sublevó la idea de que los españoles pudiéramos ser así y de que al bastardo racista le bastara para disculpar su afrenta a los españoles, ya que no podía arbitrarse justificación, que estaba borracho. Y hasta es posible, que esta bestialidad descomunal evada toda suerte de condenación, con el argumento de que estaba borracho...