Diario de León

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¡LINIEEER!... ¡empleaooooo, que eres un empleao!... ¿Recuerdas?... Lo ecuchamos en las gradas de tribuna de La Puentecilla jugando la Cultural uno de sus habituales partidos modorros y de trampalantrán, partido que se atravesó aun más por la actuación de un juez de línea torpón, estrábico y pisacordones (jodó petaca, cómo suena lo de juez). La paisanada y la hinchada estaban sepultadas en uno de esos silencios que desinflan esta pasión futbolera cazurrilla que no es cirio, sino cerilla. Lo del linier estaba sacando de quicio a un abrigado paisanote de purángano en comisura y voz de cascajo, pero cuando tuvo que increparle no recurrió a la letanía habitual en esos casos y furias (joputa, cabrón, cegato, tontolhigo, culibajo y cosas así) porque no encontró mayor ni mejor improperio, que vocearle en medio de aquel silencio con un «¡empleaoooo!» retacado de coña venenosa, denigrando, ofendiendo. Los futbolistas de hoy se visten como pegatinas de propaganda. Lleva tanto anuncio encima la indumentaria, tanta publicidad «ostentórea», que no sólo parecen vallas publicitarias con patas, sino, más que nunca, son empleaos, puros empleaos de cualquier espónsor o firma pirulera con la que, incluso, se acaba conociendo al equipo, más que por su nombre original (¿cómo puede llamarse un club deportivo «Ferrallas Martínez»?). Futbolistas, ciclistas y hasta pelotaris llevan la marca pegada a la espalda o al culo (que es última moda) y no veas ya a los pilotos de coches o de motos, que, además de empleados, parece que llevan el mono de la empresa como si fueran a encofrar o a esposarse a la fresadora. Ya no veremos jamás el viejo conjunto calzonero de aquella Cultural enteramente vestida en blanco de la bota al cuello, blanco de lejía y azulete como camisa de sabadete. Nadie más que el escudo oficial reinaba en los colores sagrados del club. Hoy cuesta averiguar cómo era la camiseta original del Barça o del Dépor. Ya no es sólo la publicidad. Las rediseñan cada año. Se venden. Caras. Carísimas. Enorme negocio. Papanatas sobran que no sólo no cobran por llevar la publicidad endosada (el espónsor aplaude con la orejas), sino que pagan diez mil leandras por el trapo... y al año que viene comprarán otra. De psiquiatra: además de empleados, ni cobran. Pagan.

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