CRÉMER CONTRA CRÉMER
Sin romperlo ni mancharlo
ANDARÍA EL QUE suscribe por los once años cuando el profesor insistió en que llegara al hondón del milagro más glorioso de todos cuantos nos eran propuestos para animar a nuestro espíritu, en sus balbuceos, al asombro del milagro y del misterio: «Y se conservó su pureza al modo como cuando el rayo de sol traspasa el cristal sin romperlo ni mancharlo»... Y aceptábamos el fenómeno físico y religioso sin entrar en disquisiciones teológicas ni en controversias doctrinales. ¿Podría producirse este fenómeno y la Santa María tener un hijo sin que por ello se quebrara su virginidad...? La concepción de un ser vivo, incluso en nuestra hora en la que los técnicos han conseguido propiciar el parto este siempre es un motivo de emoción. De tal manera que si el suceso se produce de manera insospechable o no prevista por la ciencia, la dulce peripecia de poner en marcha una vida es siempre un acto de registro obligado. Cuando las prensas de todo el país, dicen la noticia de esa niña de once años, que le fue registrado un embarazo ya bastante adelantado, la sorpresa se convirtió en un motivo de preocupación social y policial. ¿Cómo pudo forjarse este delicado proceso en una ciudad como Ponferrada, tan cuidadosa de su rango, de su estilo y de su manera de entender la concepción? Pese a que la noticia se extendió rápidamente por todo el país, dando ocasión para que los cazadores de sorpresas consiguieran una de mayor dimensión a lo habitual, en la capital de la región, en ese poblado superior que se supone que es siempre el que encabeza el dispositivo general de la cultura, de la política y de las buenas costumbres, lo que siempre dio en llamar «feliz ocasión de la biografía» de un ser humano produjo estupor y concitó a todos los espíritus ligeros para establecer relación entre el hecho, la circunstancia y la responsabilidad. Y la ciencia médica aconsejó que dado lo peligroso de la situación para la vida de la niña-madre, lo correcto sería provocar un parto y procurar cubrir los asombros generales y sobre todo los efectos personales de la niña para que este trance no se convierta en llaga incurable y en dolor permanente. Y mucho más tremendo que pudiera transformarse un percance sentimental en condenación. Porque sea cual fuere la circunstancia en que se materializó un acto de amor, este no puede ser un estigma del cual no se pueda librar ni la madre ni el fruto de un golpe de sangre. Esta niña de once años, que resultó embarazada merece toda nuestra atención y cariño, para que no resulte pasto de los buitres de la información amarilla. Porque esto sí que resultaría puro terrorismo (al cual conviene aplicar la ley de la sensibilidad, del amor y de la ciencia bien aplicada). Yo deseo a la niña-madre toda la felicidad que pueda soportar, precisamente ahora cuando se convierte en la figura humana de más profundo calado: ser madre es lo más glorioso a que la mujer puede aspirar... Unamuno dejó dicho y escrito: «Una de las ventajas de no ser feliz; es que se puede desear la felicidad»