Diario de León

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EN CAÍN ya no quedan bestias de tiro ni se ve ganao de corral o majada. Toda su vida, este pueblo apresado en un embudo de roca madre puesta en farallón vertical, dependió de la vaca y de la cabra, cuidándose sus gentes de otros ganaos de despacho y de la loba capitolina que allí comparecía con escopeta de señorito marqués o con alguaciles de tributos. Hace algunos años emigró en camión jaulero la última vaca y ya sólo un pollino restaba entre la población semoviente. Pero ese burro salió a la venta. En estos papeles se anunció. Cansó su dueño de mantenerlo y ese pueblo leonés, que es el más bajo en cota de altura, se queda sin su última poesía asnal, sin su pelambre plateresca . ¿De qué se vive allí ahora, amén de un turismo escurrido, porque el gordo prefiere despampanarse en Picos de Europa entrando por las covadongas o fuentesdé?... ¿Dónde quedó el amoroso vaho de cuadra, el agrio suero de las tardes queseras, el hurmiento de la hornada, el brr-brr del cabrero?... ¿Dónde se escucha hoy la rítmica percusión de la azuela del madreñero, el hocil de costanero, el violín de aserrar?... Caín siempre sugiere. Lo primero, ¿por qué lo llamaron así? Ensayé una teoría y no me la desmonta ni Eutimio Martino, que es un sabio: Por ser un perfecto caín y haber mediado con el moro, aquí despeñó Pelayo al obispo Oppas colocándole en la cabeza una mitra enzarzada a la que arreó fuego y... pareció una tea ardiendo hasta destriparse en el fondo de la garganta. Y con Caín se quedó el paraje. Caín fue siempre una clausura, como un pueblo eremita que desconocía el mundo. Cuando en los años veinte llegó la luz, sus gentes acudieron bajo los postes para ver cómo coños podía caminar la electricidad por aquel fino cable que además no era hueco ni cañería. Gran misterio. También por entonces -tras construirse una con tejado y pupitres- despareció la mejor escuela que se haya conocido, un gran tilo bajo cuya sombra desasnaba y adoctrinaba el párroco a una cuarentena de guajes (de los que sólo tres o cuatro tenían alpargatas, según recuerda un cainejo que ahora vive en Cangas; quizá ya murió). Era una escuela gobernada por la intemperie. En lloviendo o nevando, todos a casa. ¿Qué crío no soñaría con un calendario lectivo fijado por el albur de las nubes?...

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