LA GAVETA
Antonio Bayo, el ruso
RAMIRO PINILLA ES UN ESCRITOR VASCO que pasó un largo olvido. Hace un par de años, cuando había terminado una voluminosa trilogía sobre Euskadi, envió el manuscrito a la editorial Tusquets y sonó la flauta: le publicaron los tres tomos descomunales. A partir de ahí, Ramiro Pinilla, que ya tiene 84 años, volvió a las librerías y ha podido reeditar un libro extraordinario que hace treinta años tuvo cierta fama, oscurecida por la pobreza de su edición. Me refiero a la obra Antonio B. El Ruso, Ciudadano de Tercera . Este libro es un documento histórico fuera de serie sobre cómo era la durísima vida en el interior más remoto y pobre de España en tiempos de la República y de Franco. En 1973 Ramiro Pinilla tenía cincuenta años. Y unos pocos menos Antonio Bayo, El Ruso, cabreirés de La Baña. Entonces Antonio vivía en Bilbao, era vigilante. Estaba casado, tenía varios hijos. Un día Antonio supo del contenido de Papillón , la célebre novela que narraba la vida de un delincuente francés en las cárceles caribeñas, y valoró que su propia historia había sido mucho peor. Por eso quería contarla. Y fue así como contactó con Ramiro Pinilla. Un mes de grabaciones magnetofónicas, varios de transcripción y dos años de componer el texto, respetando estrictamente el relato de Antonio Bayo, dieron como resultado este libro memorable. Antonio era hijo ilegítimo de una mujer paupérrima de La Cabrera. Le pusieron el mote de El Ruso, cuando nació, dado lo rubio de su pelo. Su madre no tenía nada. Su casa era un cuadrado con una lata para cocinar y un cajón de madera donde había paja, para dormir. Apenas tenían mantas, y todo lo demás no lo tenían. La madre, que parió otro hijo más, y una hija que murió de niña, de hambre, vivía de puta con hombres brutos de la zona y de paso. Y con el cura. Le pagaban cachos de pan, berzas. Otras veces, las más, pasaba el día entero trabajando tierras ajenas, y le pagaban con lo mismo. El Ruso tuvo que robar desde niño para poder comer. Y para ayudar a su madre. Su hermano pudo colocarse en unas canteras orensanas, y por ahí encontró un futuro. El Ruso no, porque estaba estigmatizado por sus robos y porque no quería irse de allí y dejar a su madre sola. Aunque durante buena parte del año, lo pasaba escondido en el Lago de La Baña, comiendo lagartos y truchas. Por entonces también conoció a gentes del maquis, que andaban por aquel fin del mundo. La vida de Antonio Bayo es un sinfín de miserias, trampas, violencias y traiciones en un entorno maldito, en una época infame. Curas lascivos y egoístas, jueces corruptos, políticos farsantes y ladrones, guardias civiles bestiales, oscuros puteríos, abusos sexuales, comerciantes mezquinos, carencia general de todo: eso es el libro. Y también en él brilla la poesía muchas veces, el misterio y la bondad. El deseo y el amor. Y siempre la arrolladora personalidad de este analfabeto cabreirés, que sobrevivió robando para comer y recibiendo por ello centenares de palizas en el cuartelillo y años de cárceles y manicomios. Luego su vida cambió, pero siempre de un dolor a otro, de un mal a otro, hasta que pudo estabilizarse, al filo de los treinta años de edad. No he leído nada más auténtico y apasionante en mucho tiempo. Es posible que favorezca esa impresión el ser leonés, el conocer esas tierras míticas y ahora casi tapadas por los cascotes pizarrosos de La Cabrera. Este libro es de piedra y de barbarie, de suciedad y transparencia a un tiempo. Una enciclopedia sobre el juego de los sentimientos en un entorno de pesadilla. Pero también alienta en sus páginas una misteriosa soledad, una belleza casi primigenia. Es difícil, al terminar de leerlo, no tener un gran cariño por aquel hombre sin suerte, aquel hombre leonés que murió hacia 1977 en Galicia, Antonio Bayo, El Ruso. Era uno de los nuestros.