Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

La ministra no dimite

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VICTORIANO CRÉMER
León

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TAMPOCO PENSABA DIMITIR el entrenador del equipo de pelotón de la ciudad de Valencia y acabó en la calle sencillamente porque perdió los papeles y los puntos y se quedó con la derrota clavada en la frente. A la ministra se le cae Barcelona, casa por casa, calle por calle, y el tren que esperan no llega. Y el mundo, su mundo se hunde en los abismos. Y van los vecinos, que ya no ganan para sustos y se echan a la calle, dispuestos a conquistar la voluntad de quien manda para que intervenga cerca de la señora ministra para ponerle como ejemplo, la dimisión de ese señor entrenador al que solamente se le han caído los puntos de la jornada, y siga su ejemplo, el ejemplo de este entrenador que se va por la puerta de servicio sin decir ni chus ni mus, mientras que la señora ministra para ponerle como ejemplo, la dimisión de ese entrenador al que solamente se le han caído los puntos de la jornada, y siga su ejemplo, el ejemplo de este entrenador que se va por la puerta de servicio sin decir ni chus ni mus que se va por la puerta de servicio sin decir ni chus ni mus, mientras que la señora ministra, parece pegada al cargo con cola porque de nada vale que los catalanes se encabriten y exijan el cambio de titular, antes de que Barcelona se quede sin trenes de alta velocidad ni de cercanías. Está claro, o cuando menos los españoles lo estamos percibiendo día tras día, que cuando una muy señora nuetra y del cargo se acomoda en el sillón, es que no la levantan ni con agua caliente. Y no es, supongo, porque las dignas señoras ministras, concejales o diputadas de algo, tengan más apego al cargo que a las labores propias de su sexo, no es eso, no es eso. Es sencillamente que vienen observando que la chica que consigue enchufarse en algún ministerio, diputación provincial o ayuntamiento sin calificar, se convierte en un bello y aparatoso motivo de conflicto. Algo parecido le sucedió a la ministra de aguas y manantiales que no se prestaba a dejar la regadera ni aunque se anegaran todas las autonomías nacidas y por nacer. Y siguen, siguen, siguen hasta que una vez que las señoras desocupadas ocupen todos, absolutamente todos los cargos de la nación, como les sucediera en principio en la Argentina de aquella doña Eva Perón de feliz memoria; pues una vez que las dulces y benéficas señoras de las múltiples y complicadas asociaciones (oenegés) para la edificación de los pueblos, no tendrán más remedio que dejar a alguno de los hombres supervivientes para conservación de la raza, al menos. Con todo lo dicho y lo que nos calamos los de las asambleas de barrio, alcanzamos la conclusión de que algo nos parece que no anda bien, que no funciona como es debido y que convendría revisar a las muchachas antes de los once años que es cuando suelen producirse los embarazos sorprendentes. Y no lo decía para sacar a colación ninguna clase de reservas mentales en relación con la enormísima capacidad de la mujer para ministra, sino porque a la hora de elegir quien dirige, en lugar de escoger a la que vale escoge a la que no vale o a la que se le sublevan los cargos. Queda demostrado que la mujer es el instrumento que el sumo creador y la propia naturaleza han hecho para salvar el mundo, precisamente cuando más falta hace, pero conviene que el Gobierno de nuestro feliz tutelaje no se entregue a tan generoso talante a la hora de seleccionar ministras. Porque una ministra no dimitirá nunca ni aunque se hunda el firmamento. Como se está comprobando en Barcelona, la bona, si la dona es bona.

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