Pasotismo europeo
PROBABLEMENTE acabaremos por lamentarlo, pero de momento se nos ve muy tranquilos. El pasotismo impera en los países de la Unión Europea, y los intelectuales que antes se afanaban en denunciarlo, ahora callan amodorrados en torno a los pesebres del poder. La tolerancia ha degenerado en mansedumbre y las únicas voces que se oyen son las de los intereses mercantilistas. Para entenderlo, basta con poner un ejemplo que concierne claramente a Europa: la mediación entre Estados Unidos e Irán para evitar una nueva guerra en Oriente Medio y, a la vez, impedir que Irán se convierta en una potencia atómica que desencadene una carrera armamentista en la zona. ¿Qué está haciendo la UE? Nada relevante, porque ni siquiera sus sanciones económicas lo serían de verdad, ante el temor de que China o Rusia ocupen su espacio comercial en Irán. Éste es el verdadero rostro de la situación. La Unión Europea sacó pecho y pidió que se le confiase esta delicada misión. Bush, apretado en Irak, aceptó la oferta, pero, a la vista de los resultados, ha ordenado ya que empiecen a sonar los tambores de guerra. ¿Qué hace ahora la Unión Europea? Le pone una vela a Dios y otra al Diablo, con la esperanza de que el problema se solucione sin que sus miembros tengan que sacrificar intereses. ¿Y los intelectuales? En silencio. O abrevando en los cócteles palaciegos, como en Francia, donde sólo Bernard-Henry Lévy se ha desmarcado, no para condenar el pasotismo, sino para disparar contra una izquierda de la que no se fía y una derecha que no ha mejorado, contaminadas una y otra por ideas totalitarias o ultraderechistas (¡menos mal que también ha condenado la inclinación dictatorial de Hugo Chávez en Venezuela). ¿Qué hacen los demás? Los que no se han declarado sarkocompatibles, sestean apaciblemente o se inquietan sólo por sucesos lejanos (Chechenia, Darfur, etc.) ¿Y si ponemos la lupa en España? Hay una situación de mínimos democráticos en el País Vasco y nuestros intelectuales ni siquiera hacen acto de presencia dialéctica (la excepción de Savater confirma la regla). El silencio de intelectuales, empresarios y obreros es realmente clamoroso. Sus inhibiciones, consentidas y comprendidas, reflejan lo peor.