CRÉMER CONTRA CRÉMER
La soledad modorra
VERÁ USTED, SEÑORA o señorita: yo no sé como se imaginará que soy, si alto o bajo, si rubio o moreno, si guapo o feo, si de Zapatero o de Rajoy. Para su tranquilidad y demás efectos, quiero decirla por una sola vez y sin que sirva de precedente que soy como soy, ni bajo ni alto, ni moreno ni rubio, ni socialista ni todo lo contrario. Soy o lo pretendo al menos, un hombre bueno. No he matado a nadie, no he provocado a nadie, no he injuriado ni traicionado a nadie y espero, no diré que alegre y confiado porque el morir siempre cuesta mucho y duele en lo más profundo de los sentidos. Pero quizá conviniera que todos ustedes haciéndose cargo de lo que en ética supone atenerse al lema de Machado, ser considerado como un ser humano fundamentalmente bueno, es ya una confesión de buena conducta... De la cual se deriva la serenidad, la alegría interior y la tendencia natural a amar a nuestros prójimos para que éstos nos amen a nosotros. Porque mire usted mi señora o señorita, con arrancar la máscara del que consideramos enemigo situándole en una posición social, cultural y aun religiosa de muy difícil cuidado, no se arregla nada. Y echarse en el sofá para espantar los malos pensamientos ante la cámara de las vaciedades tampoco es fórmula aconsejable. Sin embargo, sí que conviene que tengamos todos en cuenta las dificultades que existen para aconsejar a los demás cuando no tenemos argumentos para amparar nuestras deudas y errores. Quisiera no obstante anunciarle que existe, que es real, que implica parte importante de la vida humana, de la suya, señora o señorita también, si no una fórmula sanitaria para espantar la soledad, sí un modo de entender lo que le ocurre: Existen cuando menos dos modos de entender el texto de nuestra biografía: la que se deriva de una soledad modorra, es decir de un estado de soledad que es como un abandono, no en las manos de Dios, sino en el resplandor de la luz de cada día, un estado como de embriaguez de un estado de inhibión de todo... y su respuesta más racional, que es el estado de la soledad activa. Ser, o no ser, mi señora o señorita, que debe responder no a la variedad de los vientos que soplen a nuestro alrededor, sino de las borrascas o estados contemplativos que surjan de su interior, de su intrahistoria, que diría Unamuno, o de la historia que usted esté dispuesta a forjarse. Con todo este empalagoso mensaje, quiero explicarle que uno -el que suscribe- no es ni como usted le imagina ni como le pintan los payasos de la comedia sino como hemos contribuido cada uno, en la medida que nos ha sido posible, a conquistar la libertad personal imprescindible para vivir en paz consigo mismo. Y esta, la libertad, ni se nos da mediante la tutela cultural, política o religiosa, ni se nos concede por la gracia de los dioses. Decían y dicen los profesores que andan buscándole siempre tres pies al banco de las estabilidades: «El primer verso le dan los dioses, pero después es todo el resto consecuencia de nuestro trabajo». Y gracias por su comunicación, aunque no me ame.