Diario de León

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ENTRE todo lo grimoso, lo que más grima da es raspar las uñas de plano contra pizarra o un encerado escribiendo a tiza. El sonido que más raya las tripas es el brusco y larguísimo frenazo de un tren (las campanadas del toque a muerto no rayan las tripas, las estrujan). El olor más pestilente es el de la vida podrida: un gato muerto, una cebolleta pocha, el cadáver abandonado de un soldado (el olor de cuerno quemado es tufo que espanta, pero no apesta, avisa). El tacto más fino y sensual es el de una bola de jade acariciada con los dedos mojados (vicio chino del mandarín refinado). El sabor más repugnante es el de la derrota. La sensación más fuerte es caerse al vacío. La emoción más conmocionante es siempre un amor correspondido. Y la visión que más esponja el alma es la del agua después de muchos días de desierto. Un desierto es lo que se pone a cruzar quien sale de la consulta del médico mordiéndose los puños porque el alto tribunal del escáner ha dictado su sentencia inapelable: tiene usted cáncer. La desesperanza está sembrada y las piernas se niegan a sostener cualquier entereza ante lo inevitable. ¿Quién no se derrumba?... El cáncer sigue siendo un patíbulo y un tabú... un desollarse y un esconderse. Empiezas a morirte, porque es lo más probable, y no quieres que se enteren más allá de la puerta de tu casa. Pero del cáncer se puede salir como de tantas trampas de la vida. A veces no, pero conocer es poder prepararse para saber despedirse, que es lo que no se perdonan quienes viven una muerte súbita en el derredor de su corazón, un amor, un amigo, uno de la sangre... La otra tarde en la calle Ancha me topé con gran disgusto. Una vieja amiga cambió lo que siempre es encuentro celebrado en noticia de pesar: me han descubierto un cáncer. Las lágrimas le surtían incontenibles. Ella, V., es siempre una risa con espuelas y contamina a sus amigos de un ánimo vitalista como pocos. Cierto que entretejió en su relato alguna broma, pero tenía el alma roída de incertidumbres. Aún así, revolvía su palabra contra la fatalidad porque tiene la certeza de que toreará a la muerte. Sus ganas de vivir son buen burladero. Y seguirá con sus paseos, sus vinos, sus amigas. Si el cáncer no se deja vencer, le confundirá. Y lo aplazará. Estoy convencido. Y ella.

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