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Publicado por
LUIS ARTIGUE
León

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LA POESÍA ES un acto de desnudez extrema. Y un abrazo entre conciencias. Y el lugar donde reside actualmente la verdadera ideología. Y un modo saludable de depurar nuestro ego en la medida en que nos conectamos con lo universal... ¡La poesía nos ayuda a entender la inmensidad sin reducirla! Efectivamente la literatura, como la vida, no se puede concebir sino desde la interdisciplinariedad y por eso ya casi nadie cree en la existencia de los géneros literarios ya que todos ellos están comunicados. Pero cada vez que me pregunto cuál es el cimiento sobre el que se asienta específicamente la poesía llego siempre a la misma respuesta. Y es que si en el ensayo, por ejemplo, cobra mucha importancia el pensamiento y en la novela esa importancia recae en gran medida en la imaginación, parece que para que la poesía funcione, emocione y hasta conmocione tiene que ser verdad. La poesía, sobre todo la basada en experiencias demasiado hondas como para no ser compartidas, tiene que ser verdad para no convertirse en un efecto verbal y estético simplemente brillante, como la publicidad. A quienes hemos sentido alguna vez, al leer un poema, cómo éste nos iba afilando la intuición mientras nos regalaba precisión lingüística, emocional y moral, nos gusta transitar por ciertos libros como rastreadores: sí, nos gusta buscar en cada verso algo de eso que un día nos llevó a la poesía. Y es que, tras algunas lecturas apasionantes, podemos reconocer intuitivamente dónde está esa verdad vitalista que sintoniza el cuerpo con el alma, esa verdad serena que intensifica el intimismo, la verdad desgarrada que ayuda a extraer principios de la tristeza, la que convierte el grito en música y la muerte en leyenda, sí, esa verdad emocionante y no dogmática que enseña que nada es absoluto. Así tenemos claro que la poesía, sea ésta clara y clarividente u oscura y misteriosa, nunca engaña. No, la poesía -ese sistema de ventilación de la conciencia, ese modo de estar minuciosamente atentos a lo que somos realmente- no engaña y no calla y he ahí su grandeza. Sé que en este mundo pragmático y escéptico hablar de verdad supone invocar algo peligroso, dañino, algo sospechoso porque atenta contra la ceremonia de la confusión y contra el tinglado de apariencia y falsedad que nos hemos montado. Pero ahora que cada vez hay más miedo a expresar lo que se siente aún nos queda la finura emocional de la poesía; ahora que de la política, el derecho y la filosofía parece deducirse que todo es relativo ahí tenemos la poesía mostrándole al mundo que al menos aún existe la verdad de la emoción. Así el poeta tiene hoy, parece, la misión de bajarse del carro del descreimiento circundante para intentar propagar la dignidad y la belleza que posee lo sentimentalmente contagioso. Sí, el poeta ha de volver ser, en nuestra cultura actual cuajada en el escepticismo, el inexcusable latido de verdad del mundo. Pero la verdad ha caído en desgracia desde que hemos denostado la cultura del esfuerzo. Por eso no resulta obvio decir aquí que la verdad es costosa y necesita ser apreciada y buscada, sí, pero hace de la poesía y la vida un impulso en pro de humanizar un poco más el mundo. Y he de subrayar que yo no creo, como Celaya, que la poesía pueda cambiar el mundo, pero la poesía exenta de verdad sí que puede hacerlo: puede desfigurar el mundo. Ése es, en mi opinión, el definitivo y definitorio papel actual del poeta. Y por eso creo que ahora más que nunca la poesía ha de volver a su esencia, a su materia íntima, a su pulpa de verdad. Sí, en este momento histórico en el que el mercado dicta y obliga, la poesía, porque no sabe ser mercancía, ha de volver a ser el centro de la cultura. Así pues una vez más quiero recomendarles a todos ustedes que lean poesía¿ Esa poesía que nos hace ver en cada persona y cada cosa el brillo de lo nuevo¿ La poesía, mi amor, es un estuche en el que acomodar tu corazón y el resto de mis joyas.

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