Diario de León

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UN DÍA de diciembre, san Nosequé, es el elegido desde siglos en Rumanía para hacer allí las matanzas domiciliarias del gocho, lo mismo que aquí se eligió san Martín novembrino para darle al marrano su glorioso final, hasta que el cuto se acogió al cambio climático, a la normativa, al aturdimiento y a la Constitución, que es santo con puente y llama al rito. La matanza era la fiesta más fiesta que podía caber en la España pobre y que era enteramente de pueblo hasta en el corazón de sus capitales. En Rumanía andan todavía en aquellos viejos paisajes nuestros; y peores; así que nos imaginamos el fiestón enorme que supondrá para tantos rumanos que con sólo un cerdo podrán poblar una despensa ya varios meses vacía. Ese cerdo será el pasaporte para que puedan cruzar el rigor del interminable invierno sin tener que servir a diario tristeza en el plato. Están previstas en aquel país más de un millón y medio de matanzas domiciliarias, pero como desde enero tiene Rumanía puesto su pie en la Comunidad Europea, pues han de atenerse a la legislación severa al respecto, esto es, control o prohibidición de sacrificios caseros, obligarse a mataderos, asepsias y aturdimientos... ¡Y una mierda!, ha dicho el pueblo sublevado. Anuncian que seguirán haciendo sus matanzas como siempre. Y si vienen los guardias con la rebaja, les echarán a sus perros, que también están en esto por las «caídas» que les caen. Las autoridades rumanas saben que no podrán hacer efectiva la ley. La gente allí está realmente estupefacta y enfurecida. En su horizonte sólo caben la emigración, el pasarlas apuradas y esa ancestral matanza. Y lo único bueno se lo quieren suprimir. Que vengan. Matarán su gocho. Que lleguen parentelas y vecinos de cocina para ayudar. La noche del sacrificio juntarán brazos, risas y convites. Esa noche se comerán las primicias, hígados, entrañas (como hace el león de selva con el ñu abatido) y quizá haya un rabo al fuego para que roan los críos. Y al día siguiente habrá más faena. Habrán lavado las mujeres las tripas en el río, la reguera o el pilón entrecallando las manos con hielo... se picará la carne, adobarán, embutirán, colgarán... y con aire frío y calor de palos irán curando el tesoro. Y lo racionarán hasta junio con los úiltimos embutidos; y es que la felicidad del pobre sólo le cabe en el estómago.

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