CRÉMER CONTRA CRÉMER
Don Juan Tenorio en el barrio Húmedo
ME DIJERON QUE Don Juan Tenorio, el amante de doña Inés, la chica que iba para monja, andaba galanteando por el barrio Húmedo, y me dije: Esa comedia no me la pierdo. Y no porque en la ciudad no se representen comedias de enredo, sino porque entre las que nos suelen ofrecer, en lugar de personajes líricos y enamoradizos, se nos dan drogados, borrascosos, bebedores y aficionados al botellón. Don Juan era otra cosa. Es cierto que dedicaba sus opciones más relevantes a la conquista de las chicas del barrio, pero también que a la hora del final de la comedia se despedía con versículos conmovedores, como aquellos en que, de rodillas y a los pies de la estatua de don Gonzalo, exclamaba, viendo ya las orejas al lobo: «Mármol en que Doña Inés/ en cuerpo sin alma existe/ mira un momento a este triste/ de mil suertes al través/ conservé tu imagen pura/ y si la mala ventura me aniquiló de Don Juan/ contempla con cuanto afán/ viene hoy ante tu sepultura...» Bueno, la verdad es que no fueron estos los versos con los que este don Juan de taberna y botellón semanal se confesaba ante su difunta, pero vale para entender el espíritu que el autor del texto imprimió a la biografía del gran amador: «Doña Inés, sombra querida,/ alma de mi corazón./ ¡No me quites la razón/ si me has de dejar la vida!...» Eran tiempos románticos en los que se conocía al novio por su palabra y si se trataban de serenar los ánimos y darles un curso legal, el don Juan de pacotilla tenía que esperar cuando menos seis años para conocer el paño. Hoy, las ciencias y el amor adelantan que es una barbaridad y las doñas de la época, se enamoran fulminadas por el celo sexual y establecen compadreo sentimental en un decir Jesús. Cuando Don Juan el Tenorio andaba dando sablazos y poniendo cuernos por Oriente y Occidente, se entendía que aquella efusión había de durar hasta que la muerte de los posibles contrayentes les cerrara el paso. Eran tiempos envejecidos por el mal uso y por la pésima educación que habían recibido los amadores en nómina. En la brillante actualidad de nuestra hora, don Juan sale de casa sin saber con quién va a toparse, y se «ajunta» con la primera chica que le sonríe. Y se divorcian antes de cumplir el plazo señalado por la ley. Y vuelven a buscarse y a encontrarse. Y así hasta cubrir el compromiso consigo mismo. Cuando se produce el enlace entre la chica de melena atrevida y de traseros pulido, el rico salteador de la plaza, le dice al asistente: «Con oro nada hay que falle,/ Ciutti, ya sabes mi intento/ a las nueve en el convento/ y a las diez en esta calle...» Y la función acaba o empieza realmente a orillas del Guadalquivir, con doña Inés rendida sobre el sofá y Don Juan recitando coplas de Calainos. «A quien quise provoqué/ con quien quiso me batí/ y nunca consideré/ que pudo matarme a mí/ aquel a quien yo maté...» Confieso que a mí me sedujo desde niño la figura de Don Juan, de Zorrilla. Era un macarra con labia y con argumento; Don Juan ha muerto. ¡Viva Don Juan Tenorio!