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Gente de aquí y de allá

El cura que escribe a los presos

El dominico Francisco Villacorta conserva miles de cartas de cientos de reclusos tras más de 27 años visitando a los internos de las cárceles de León, Palencia y Valladolid

Eduardo Margareto

Publicado por
Paco Alcántara - valladolid
León

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En la era de Internet, los mensajes a través del móvil y del correo electrónico, Francisco Villacorta recibe, a diario, media docena de cartas. Todas han sido escritas a mano. Algunas sólo aparecen con el nombre del destinatario, «pero el cartero ya me conoce bien y sabe que vienen dirigidas a mí». Nada más observar la grafía, Villacorta enumera los datos biográficos y penales del remitente, «es de un portugués y ya van para seis años los que se encuentra encerrado»; «esta otra la envía un chaval de Santander, entró hace doce años, con apenas diecinueve»; «este otro chico es venezolano, muy buena persona, me escribe todas las semanas». Al abrirlas, algunas de estas epístolas relatan situaciones extremas: «Le diré que el veinticinco suspendí definitivamente la huelga de hambre con setenta kilos de peso». Otras contienen peticiones y, además, muy explícitas: «disculpe la molestia, por favor, si puede mandarme zapatos y pantalones, soy muy friolero y el frío me entra por los píes. Mí número es el 38». Las hay, muchas, de agradecimiento, después de recibir su visita: «Estoy muy contento porque se me hizo muy corta la comunicación del otro día, por hablar de tantas cosas, pero tengo que aprender más castellano», apunta un recluso del este europeo. Algunas misivas parecen extraídas del diario del protagonista de una película americana de género: «Me parece mentira que lleve treinta y un años de mi vida encerrado, ahora tengo 52». O esta otra: «me he hecho con un canario mixto, entre verderón y pardillo, es mi alegría en el chabolo (la celda)». Son retazos de la correspondencia que llenan las estanterías de la pequeña habitación de este religioso dominico, que reside en el Convento de San Gregorio, en plena zona monumental de Valladolid. Todas las cartas serán contestadas por el padre Villacorta, como le conocen varias generaciones de presos. Es un personaje popular en el mundo penitenciario, desde hace veintisiete años se entrevista en la cárcel con los internos que solicitan su compañía. Villacorta comenzó a principio de los ochenta del siglo pasado acudiendo a la de Villanubla, continuó en León, y ahora frecuenta la palentina de La Moraleja, en Dueñas. En su singular labor pastoral, además de escuchar y brindar algún que otro consejo, también efectúa las más variopintas gestiones que los presos le encomiendan llevar a cabo en su nombre ante distintas instancias; desde hablar con la familia, buscarles un trabajo o un lugar donde pasar unos días cuando quedan en libertad, hasta ofrecer sus buenos oficios y terciar sobre alguna decisión judicial ante algún magistrado. «Todos saben que acudo de buena fe y me atienden», aclara sabedor de que su nombre es un buen salvoconducto en muchos estamentos. Este hombre menudo, que ya pasa de los ochenta años, también se confiesa cuando se le pregunta sobre esta labor altruista: «Si digo la verdad, por mi gusto no visitaría las cárceles, pero ves las necesidades que tienen, porque algunos lo pasan muy mal dentro, y no puedo dejarlo, soporto fatal ver sufrir a la gente». Cuenta, entonces, las veces en las que ha presenciado como «un hombretón» se echa a llorar, no sólo porque se arrepiente del delito que le llevó a estar muchos años entre rejas; sino por las «condiciones que a veces padecen, porque no es un mundo fácil», sentencia. Truman Capote fue un poco más allá cuando dijo que la situación de estas gentes encerradas, «es imposible que un hombre que goza de su libertad se haga cargo de lo que significa estar privado de ella».

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