LITURGIA DOMINICAL
¿A la espera o con esperanza?
Los humanos tenemos una serie de necesidades y, por lo mismo, una serie de «salvadores» en quienes depositamos en muchas ocasiones nuestras esperanzas, porque nos han prometido resolver nuestro problemas: nos encontramos, de esta forma, con los líderes políticos que prometen resolverlo todo, especialmente en tiempo de elecciones. El hombre es capaz de poner sus ilusiones incluso en quienes nunca han prometido nada: cantantes, futbolistas, actores de cine o teatro; también ellos, sin prometer nada, son capaces de hacerse con las ilusiones de no pocos: son los ídolos que se enseñorean de las vidas de muchos. Pero todos estos «salvadores» ¿son el verdadero salvador que necesitamos? El evangelio de hoy nos da la clave para saber si estos salvadores son el verdadero: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?». La sorpresa, el escándalo que causará siempre la presencia y la intervención del Dios que nos da a conocer Jesús de Nazaret entre nosotros, están expresados en esta pregunta de Juan Bautista. Jesús fue objeto de sorpresa y escándalo para sus contemporáneos y sigue siéndolo para todos nosotros. Juan estaba en la cárcel. El hombre hoy se encuentra en un cierto cautiverio. Juan espera el Reino de Dios y se preguntaba por el Mesías. El hombre hoy espera el cambio y se pregunta por las personas o movimientos o iglesias que lo hagan posible. Analizando esta confusa esperanza de cambio, podría traducirse por una sociedad nueva, en que se valore a la persona por encima de las cosas; la persona no sea amansada, embotada, explotada, marginada; no se viva bajo el signo de la tristeza o el miedo; la amistad y la solidaridad sean algo más que palabras; el progreso no sea cruel e inhumano; la naturaleza no sea violada ni destruida; la palabra y el diálogo sincero prevalezcan sobre las armas, que deben ser destruidas; se ofrezcan razones válidas para vivir y morir; la verdad y el amor sean valores primarios. Al final volvemos a hablar de esperanza, porque muchos cristianos no tienen verdadera esperanza. Han confundido esta virtud teologal con un artículo más de su credo intelectual. Pero en realidad no esperan en ella. Porque, ¿dónde están los cristianos tan apasionadamente convertidos a la esperanza que sueñen y anhelen la llegada de ese mundo futuro, no sólo aquí, sino más allá de la muerte? ¿Dónde están los cristianos que buscan ardientemente en su vida y en el desarrollo del hombre los signos de la venida del Señor? Al creer en el mundo futuro, ¿esperamos verdaderamente el encuentro con Dios tras la muerte? ¿A quién esperamos? La esperanza es un deseo, pero no todos los deseos son esperanza. La espera es un deseo de un bien que no depende de nosotros. Llegará, y es deseado por nosotros, pero no podemos hacer nada para provocar su venida. La esperanza, es un deseo de algo que depende en parte de nosotros. Por eso, la esperanza verdadera tiene un sentido activo, concreto y eficaz.