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Publicado por
Antonio Núñez
León

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DADAS LAS circunstancias suena mejor que el debate. Zapatero y Rajoy se han retado esta campaña electoral nada menos que a dos encuentros televisivos después de cuatro años sin hablarse, lo cual está siendo celebrado efusivamente por la afición, harta de los partidos a patadón limpio de la Uefa, la Champion y la liga de primera y de segunda a secas, que salen todos los días en la tele. Lo de esos otros dos será por la novedad. Sobre los duelos hay varias teorías perfectamente historiadas. En el siglo XIX se prohibieron los de caballeros o lances de honor, ya fuera a espada, estoque o pistola, porque una cosa era abofetear al otro en la ópera y otra más seria, y menos limpia, hacer sangre. Fueron famosos los de Larra y, un par de siglos antes, los de Quevedo, cojo pero gran espadachín. En general se trataba de debatir cuestiones de cuernos conyugales a lo bravo, cosa que, por lo demás, hoy no resulta práctica, porque con el divorcio exprés y las pensiones alimenticias a la dama lo más barato es suicidarse directamente sin salpicar a nadie. Ya también a finales del siglo XIX y con motivo del auge del boxeo, cuyas reglas fueron dictadas por el marqués de Queensbarry en 1876, luego reescritas por John Grahan Chambers, miembro del Amateur Athletic Club de Londres, dos bordes sin nada que hacer, tal para cual, más de un mamporrero de mi pueblo opinaba que no tiene sentido pegarse respetando las reglas del rival si se quiere ganar: o se va directo a la mandíbula, al hígado y a lo que cuelga un palmo más abajo, o no se va. Lo demás son pamplinas. Huele uno en su nariz profesional, aporreada largas décadas por todos los partidos políticos sin excepción en las cuatro esquinas del cuadrilátero, que el debate entre Mariano y José Luis no va a ser de guante blanco -será por las bofetadas que se han atizado a lo bestia estos años- y que, respecto al puchingball , la única regla de lord Chambers que se va a respetar es la de leña al mono, que es de goma. Si acaso los debates se van a parecer a la lucha siamesa o a la grecorromana, ahora llamadas ambas lucha libre, porque vale todo. Hasta el tongo. Es difícil hacer apuestas sobre quién pueda ganar, porque ambos contendientes pertenecen y han aprendido las mañas en la acreditada escuela leonesa, que, parecerá mentira, ha dado ejemplares todavía peores y perdóneseme por no citar a más de un ex alcalde. Rajoy, aunque gallego, se crió con los jesuitas de aquí y Zapatero, al que parieron en Valladolid, vino a desasnarse al Colegio Leonés con mejor o peor fortuna, según opiniones. Sobre la la educación que recibió cada cual un servidor prefiere no opinar por lo menos hasta después de las elecciones, más que nada por que no sería prudente publicarlo. Baste decir que lo de Mariano tiene un pasar, pero el otro es un caso perdido, lo jodido, con permiso, es si vuelve a ganar. Algunos amigos que me conocen bien dicen que bueno, que da lo mismo y que, como las cosas no pueden ir a peor, necesariamente tienen que irme a mejor. Se ve que no conocen a Zapatero ni la ley de Murphy, de acuerdo con la cual todo lo que sale mal puede empeorar y cuando se te cae la tostada del café al suelo en el desayuno siempre lo hace por el lado de la mantequilla. Ahora se han puesto de moda las ruedas de prensa en las que te convoca cualquier patán, desde el alcalde del pueblo hasta un ministro entronizado, para leer un par de folios y no se admiten preguntas. Coño, a eso se le llamaba, cuando estudiábamos periodismo, «conferencias» de prensa, reservadas exclusivamente al Rey, a los jefes de Estado de visita que no chamullaban en español. En León, por deferencia, también se le permitían al señor obispo. Así las cosas, servidor no serviría para moderar un debate como los que se anuncian, más que nada por la diplomacia de palabra que le caracteriza. A veces pienso también que para árbitro entre partidos sólo me superaría Guruceta, el que siempre salía escoltado por la fuerza pública -en mi caso sería delante- de los campos de fútbol después de pitar penalties a diestro y siniestro, pero que nunca favorecían al equipo casero. Tratándose de una final de legislatura algunos opinamos que, puestos a hacer debates televisivos, lo mejor sería un reality show estilo Gran Hermano con Rajoy y Zapatero encerrados en una habitación y la llave bien guardada hasta, una de dos, o se ponen de acuerdo sobre ETA, las hipotecas y demás, o se dan de leches. Y, si hace falta, se tira la llave al Bernesga, pero que no salpique. Luego llamamos por teléfono a la tele, a la granja de los famosos o a la bucólica casa de la pradera, que pinta en las series del oeste como la madre Teresa de Calcuta con dos pistolas. Y votamos.

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