Curas de silicona
CIERTA escandalera informativa se ha aliñado tras la publicación de un calendario eclesiástico con fotos de sacerdotes que, al fin y a la postre, no eran curas de verdad como sugiere la imagen haciéndolo creer, sino gente civil de guapa planta, modelos de agencia publicitaria (quién sabe si de vida perdularia también), maromos buenillos que mueven a las feligresas sentimentales a exclamar aquello tan piadosamente viejo de «pero mira que curina más guapo». Vienen a ser como curas de silicona, falsos como tetas de goma. El marketing, el diseño propagandístico y la dictadura de la imagen están siendo ahora muy utilizadas por la conferencia episcopal para promover y mejorar la opinión social sobre la Iglesia, sus objetivos, sus prestaciones y su misión (anuncios en televisión, campañas de radio, publicaciones y cartelerías sustentan esta última campaña en la que se incardina el polémico calendario). Lo que en principio deja perpleja y cejiloca a la parroquia es que, teniendo tantos modelos veraces en el extenso clero (curas y monjas de autenticidad y valor o de público y enorme respeto por su entrega y grandeza), hayan tenido que recurrir a modelos de pega, guapura comprada, sonrisas de escayola y escorzos de escaparate. Algo de pena sí que da este barato apaño. Y algo de mosqueo por lo que tiene de engaño, también. Así que ya campó la crítica y la burla en teles y papeles a costa de esta mentira. De chupa de dómine, y nunca mejor dicho, les han puesto. A huevo lo brindan. La cara de esos curas no es verdad. Eso es gato por liebre (o conejo), alega la crítica mordaz y la ironía. ¿Y?... Menos escandalera. Esta técnica es vieja y propia de la iconografía religiosa, porque ¿de quién piensan que son las caras de vírgenes y santos, los cuerpos de palo de la estatuaria sagrada, los musculados torsos de sansebastianes o sancristóbales? Las inmaculadas de Murillo eran modelos sevillanas (u holandesas si las pintaba Van Eyck) no precisamente virginales. Ni uno solo de los miles de santos y divinidades tienen su rostro o su figura. Son mentira; no siempre piadosa; o directamente pastelona y pinturera, si salían de la industria imaginera de Olot, cuyas escayolas mueven a risa al descreído. Y es que la piedad muchas veces es también de silicona.