Diario de León

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FOTO de la cumbre de Lisboa. Todos varones; sólo tres o cuatro hembras quedan engullidas entre tanta masculinidad. Son estadistas y altos barandas europeos en pose formal y envaradísima. Ponen en la cara risas de escayola (muchas veces más falsas que la cebra de un tratante de Mayorga). En el retrato oficial son unas cuarenta o cincuenta estatuas. La vestimenta de ellas es siempre una sorpresa en colores o hechuras, menos mal, porque las mujeres, felizmente, van a su bola, a sus delirios y a su gusto (alguna, también, con ganas de dar que hablar o estamparse en los couchés que vendrán después cotilleando el atrezzo personal, los chismes de trastienda o si a Sarkozy se le marcaba en el cuello de la camisa el carmín del pecado o de un beso espúreo de la Carla Bruni, cuya mejor virtud como cantante es la de no saber cantar y velar la voz con gallos y afonías, cosa que hace adorable alguna de sus canciones como si fuera coquetería parisina de blonda y humo de ojos). Las vestiduras de todos ellos son invariablemente un recital de sólo una nota, traje consabido, negraco u oscurote, gris marengo o gris caldera, un mismo tono, agobiante uniformidad de la que nadie, absolutamente nadie, se escapa. Ni lo intenta. Ni se le ocurriría. Es ese retrato oficial como una vieja foto geométrica de internado, gente rectilínea y tan monocromática que se diría foto hecha en blanco y negro. Sólo en la corbata, en ese mínimo detalle, se permite alguna variación personal; que tampoco, pues en anchuras, nudos y rayas es también uniforme esa prenda que anudamos al gañote. Creen los paisanos que eligiendo una corbata (que ahora se tolera chillona) dejan clara su personalidad o su gusto. Y es mentira. Las cortabas de los tíos nunca las eligen ellos, sino ellas o algún dependiente con ganas de largar restos. Las hay que no nos atreveríamos a poner jamás y la cosa conllevará algún reproche conyugal o tormentilla boba. En fín, que los varones están sometidos a una inexplicable, pero acatada, dictadura en su ropón de sastre: traje al canto, idéntico para todos. Lo peor es que se trata de una dictadura universal, epidemia. Sólo Gadaffi, y no siempre, se fuga por la tangente teatral adornándose con manteos de cortinaje. El tío se tapiza, pero se agradece su rareza.

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