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CRÉMER CONTRA CRÉMER

Setenta mujeres asesinadas

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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LO QUE ANTES LLAMÁBAMOS partes de guerra y ahora noticiarios, son lo mismo, poco peor. En esta hora convulsa que nos está tocando soportar, los noticiarios se componen de sucesos que antes también tenían su órgano peculiar de difusión - ¿El caso, por ejemplo?- porque efectivamente los eventos que sucedían en la vía solían ser leves y como se decía en el romance lorquiano, casi por compromiso. Ahora y ustedes perdonen por señalar, abre usted el dispositivo informativo y le tiene aplastado contra la pantalla por el consabido crimen de un varón desnortado al cual le dio la venada por machacar primero a su compañera y por degollada después según las técnicas aprendidas en algún locutorio. Y no porque el varón haya derivado en esquizofrénico implacable e imposible de recuperación, sino porque parece como si de entre el cúmulo de informaciones que se nos pueden proporcionar, preferimos solamente aquellas en las cuales se reproduce el martirio y la muerte alevosa de una mujer. Ya llevamos en una cuenta vil, más de setenta mujeres sacrificadas por la vesanía del macho. Y siempre suele ser por lo mismo; por la propia inseguridad del varón y el sentimiento de inferioridad que está adquiriendo a medida que la mujer se establece en los puestos clave de la mecánica laboral. La reacción parece ser que está determinada por la envidia, por la prepotencia del macho, acostumbrada al dominio de la hembra y por la escasa solicitud de la sociedad en garantizar la seguridad de la mujer frente a la barbarie inapelable del bárbaro de turno. Nótese que en el cómputo de los matadores aparecen predominantemente aquellos de más bajo relieve cultural. Los términos comprensión, entendimiento y respeto mutuo son características que se desdibujan y se pierden cuando se trata de establecer alguna forma de diálogo civilizado. Y cuando la sociedad, en un alarde de generosa solidaridad establece leyes o normas de conducta que garantizan la seguridad de la mujer, aparecen tribunales o jueces de muy difícil catalogación que se conforman con requerir del terrible hombre asesino la promesa de no acercarse a sus víctima en doscientos metros, cuando lo que en buena ley, incluso humana, lo verdaderamente efectivo sería, debería ser, el encierro del incivil por un tiempo razonablemente establecido para que surtan efecto las leyes¿ Y lo triste, lo terrible no es el acto criminal en sí con ser lo bastante lamentable como para castigarlo radicalmente, sino que la barbarie parece no terminar con estos setenta últimas víctimas anotadas en el censo de la barbarie humana. Estamos a las puertas de establecer un nuevo equipo de gobierno, y se siguieren leyes purificantes incluso con la incorporación al mecanismo general de gobernación del país de figuras por muchas razones dignas de admiración y de esperanza. Porque de muy poco - ¡si!- vale que se cubra el cupo de género en el gobierno si en la calle bullen los maleantes. Y de muy escaso valor tiene la incorporación de mujeres a la administración pública si no resulta el mecanismo de poder lo suficientemente eficaz como para no conseguir dominar esta tendencia criminal que está consiguiendo fijar entre los desmanes característicos de la sociedad actual el asesino de mujeres. Setenta mujeres muertas cubren la ruta. ¿Hasta cuándo Catilina, vas a abusar de nuestra paciencia?

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