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Publicado por
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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M aría y José son la primera pequeña Iglesia, que da a luz al primer hijo del Reino de los cielos. Por eso, en este cuarto domingo de Adviento, cuando casi tocamos ya la Navidad, la liturgia hace que volvamos hacia ellos los ojos, para entender su misterio y protagonismo. María, la Virgen, está en la cima de la expectación. Nadie ha vivido un Adviento de nueve meses como ella. Porque era sencilla como la luz, clara como el agua, pura como la nieve y dócil como una esclava, concibió en su seno a la Palabra. Cuando nada parece haber cambiado por las colinas de Galilea, María sabe que ha cambiado todo, que Jesús viene. Es la joven madre que aprende a amar a su hijo sintiéndolo crecer dentro de sí. Lleva a Jesús para darlo al mundo, que lo sigue esperando sin saberlo, porque la mayor parte de los hombres no le conocen todavía. En el amor de la Madre se manifiesta la ternura humana del Hijo. Solamente se puede esperar a Jesús cerca de María. Jesús está ya donde está ella. Para celebrar la Navidad, hay que agruparse alrededor de la Virgen. Ella, que no tenía recovecos ni trasfondos oscuros de pecado, porque era inmaculada, callada y silenciosamente siempre nos entrega al Hijo. Nos encontramos en puertas de la Navidad y en el evangelio de hoy aparece la figura de José con una clara intención: separarse de María en secreto, pues ella esperaba un niño antes de vivir juntos. José está confundido: él sabe cuál es la situación de María y no alcanza a comprender en qué consiste el misterio que encierra la acción de Dios, que María le ha confiado; es más, no quiere interferir en los planes del Señor y opta por retirarse. Será el ángel del Señor quien en primer lugar le confirme que la maternidad de María es obra de Dios. La encarnación del Hijo de Dios en el seno de María se realiza mediante una concepción virginal por obra del Espíritu Santo y él tiene parte activa en esta obra de Dios y su misión será ser él padre del niño que nacerá de María, su esposa. José supera la prueba que se ha presentado a su fe en el Dios de Israel y decide entrar en la oscuridad luminosa del misterio de Dios. Confía en su palabra y se incorpora al plan salvador de Dios con plena disponibilidad. José será modelo para todo creyente; modelo de fe que supone aceptar los planes de Dios sobre nosotros; fe como respuesta a Dios que nos llama a vivir y actuar como amigos fieles que estiman su amistad y gozan de su gracia y su favor; fe que es compromiso que impregna toda nuestra vida y abarca nuestra existencia y nuestro mundo personal, familiar, laboral y comunitario, es fiarnos plenamente del Dios que cumple sus promesas y continúa salvándonos en Cristo. Junto con María, también José es un modelo para todos nosotros, abierto a la Palabra de Dios, obediente desde su vida de cada día a la misión que Dios le ha confiado. También de él podemos decir como de su esposa: «Feliz tú porque has creído». En la Navidad celebramos un acontecimiento siempre nuevo: Dios que se hace Dios-con-nosotros, Dios-Salvador. El recuerdo de María y de José nos ayudará a que esta fiesta no sea vacía, una Navidad sin Jesús. Sino una Navidad en la que gozosamente celebramos que Dios se ha hecho de nuestra familia, que ilumina toda nuestra existencia y que nos pide una acogida de fe y de amor.

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