Diario de León

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VIEJA casa materna en pueblo cazurro: las alcobas en invierno son un trallazo escarchado en lomo desnudo. El vaho se hiela al decir buenas noches. Desvestirse es temeridad. A la cama se entra forrado y hasta con escarpines, aunque allí todo es lana: colchón, mantas, cobertor... menos las sábanas, que siendo de hilo o lienzo están más frías que la piel de un congrio. Tras encamarse, los primeros minutos son tiritera. Hay que arrebujar el cuerpo como perro en ovillo o ensayar la vuelta al útero. Ese frío antiguo e hiriente perseguirá al leonés toda su vida. Pero ese mullido colchón de guedeja de oveja con montón de mantas encima proprocionará un sueño tranquilo y reparador. El cuerpo quedará atrapado e inmóvil bajo tanto peso (¿quién no vió camas con cinco mantas o no conoció alguna cazurra friolera que hubiera echado encima un trillo como cobertor?). Esa inmovilidad espanta el sueño inquieto del que reburdia o se agita, así que será noche quieta, hecho con el culo un nido-cuenco en el colchón y arropados hasta el barbuquejo para asomar sólo la nariz como quien fisga desde una trinchera temiendo un tiro. Abandonar el lecho de madrugada es otra heroicidad. La tradicional remolonería leonesa quizá venga de ahí, de nuestro pánico a encontrarnos con el invierno cada mañana sin salir de la alcoba. La costumbre de alargar la cháchara nocturna se debe también a la cama helada. Con tal de no entrar en ella, se prolongan charlas, briscas y arrastres. Pero al final hay que hacerlo cruzando algún pasillo o corredor siberiano antes de enterrarse en la friura sabanera. Para conjurarla, se inventó el ladrillo calentado en horno, la botella de agua o el saquete de arena. Se desconcocía ese calentador de latón con brasa dentro y mango largo para colarlo entre sábanas y plancharlas de calor antes de acostarse; cosa de casa grande con rentas y criadas, como la del caso que vengo a contar: la criada, que es nieta de curandera babieca, ha echado en las brasas del calentador unos taquitos de madera que ahúman todo al caldear la cama de la hija mayor. Es madera de sabina y la cama atufada con ella propicia el aborto de embarazadas. No es magia, sino cosa cierta, porque esa nena que aún no cumplió diecinueve es algo golfa y, con esta de ahora, será la segunda vez que lo logre.

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