CRÉMER CONTRA CRÉMER
La comida nacional: el conejo
COMO BUEN CIUDADANO y contribuyente leal, así que recibo una orden o me anuncian, una ley relacionada con mi condición de currante de segunda y contribuyente de primera, me lío la manta a la cabeza y sin parar mientes en los pensamientos que se agolpan en mi cerebro, me limito a obedecer. De modo que si mi Ayuntamiento solicita que me ciña el pantalón de los sacrificios, lo hago y si la hacienda pública que es de todos, (si bien siempre se sospecha que no es para todos), me impone una tasa por cortarme el pelo, acudo a la peluquería con el recorte del anuncio en la mano e impongo el corte prescrito por el mando. Soy, pues, obediente, pobre y sentimental, como Antón Pirulero. De modo que cuando nada menos que el señor ministro de las haciendas públicas, el señor Solbes, aconseja al común de vecinos de la España feliz que, en vista de lo cara que se está poniendo la langosta y el jamón de Jabugo, el ciudadano está obligado a limitar y controlar su menú y no andarse con gastronomías vascas, si el señor Solbes, en vista de lo visto y lo que aconsejan los doctores, debemos limitar nuestra dieta a comer carne de conejo, ni lo dudo siquiera y como carne de conejo para desayunar, para almorzar y para cenar. Eso cuando dispongo de medios para alimentarme a lo grande y de acuerdo con los consejos gubernamentales. Y cuando, quizá en un alarde de flaqueza me permito la licencia, casi incestuosa, de acudir a una cafetería para tomarme un cafelito, me limito a convertir el café en un fármaco aconsejado por la Seguridad Social y no le doy propina ni a la Venus de Nilo, con todos sus miembros si fuera ella la que me le sirviera. También, por consejo del ministro. Y es que España, la España brillante y dadivosa de otros tiempos gloriosos y felices no está ni para suculencias orientales ni para dádivas libias a lo Muammar El Gadafi. Somos pobres, muy pobres, aunque honrados y debemos más que el Ayuntamiento de León y ni podemos permitirnos el argumento gastronómico de la carne de cordero y de lechazo, ni mucho menos las angulas de Aguinaga. Los españoles, ciertos españoles de bajo nivel no pueden y el gobierno en el cual es ministro superior del dólar, el señor Solbes, cuidando tanto de la salud nacional como de la capacidad económica del reino nos aconseja el conejo como producto de obligado cumplimiento. Nuestra economía sufre lamentables crisis de crecimiento y estamos amenazados de perecer en la demanda. Para evitarlo, para salvarnos a todos los españolitos madre, nos guarde Dios, el señor Solbes, con el acuerdo unánime de sus compañeros de gobierno, nos recomiendan el conejo como artículo de primerísima necesidad y de indispensable utilización ni no queremos morir como el pecho del tío Mocazos, que pereció de hambre con el culo pegado a la pared. Esto es lo que hay, señoras y señores y no vale lamentarse, ni soñar en jauja, La proclama es terminante: «Ciudadanos de la España humilde, errante y hambrienta: comed conejo que es animal emblemático pues en el nombre de conejo se conoció en la antigüedad a la tierra hispana por los muchos conejos que pululaban por el campo. ¡Ah! Y no concedáis propinas, que es costumbre nefasta para las economías débiles». Y no esperéis en que del resultado de estas elecciones de marzo vayan a salir las soluciones. Porque esto no lo solucionan ni los ciegos del César cuando le aconsejaban: «No te fíes de los idus de marzo¿ Ni de los idus ni de los gobiernos, ay, ni de los gobiernos¿» ¡Y gracias, por la propina!