Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Poesía y vida

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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FUÉ EL MAESTRO DE MAESTROS Gohete el que declaró de ley al respecto a la consigna para la poesía clavándola en la mente de los jóvenes: Poesía y vida, lisa y llanamente, porque según el gran poeta universal lo que no es vida, difícilmente puede atenerse a los signos propios de la poesía. Porque o la poesía es vida, o no es nada. El libro de Luis Artigue no se titula como exigía el poeta, sino asombrosamente, osadamente, Tres, Dos, Uno... Jazz . O sea el lenguaje apto para la expresión de un distinto modo de entender la vida, de vivir fuera de sí mismo, de un sacudirse el pensamiento para cegar sus viejas rutas y dejarse llevar por los vientos y los riesgos que supone atreverse a caminar por senderos en los cuales es fácil perderse. Porque la poesía, ni siquiera apelando a la licencia machadiana, no se hace al andar, es la andadura la que se forja a medida que vamos dejando una estela de poesía detrás de la vida entera y verdadera que debemos ser. Con el descubrimiento emocional de un adúltero es como se escucha durante la lectura de este libro, denso y puro, enervador y solícito, porque lo que refleja no son sensaciones baladíes sino sentimientos arrancados de un vivir total. Luis Artigue es uno de los poetas que forman parte inexcusable de la poesía del hoy inevitable. Y es el fruto de un conocimiento y de una experiencia. Se puede estar o no de acuerdo con la música a la que se entrega al oidor, pero no se puede permanecer insensible ante las sugestiones que emanan de su eco. El poeta se entrega a su delirio sin perder el sentido ni el ritmo y hace suceder la música y sus efectos a través de un deslumbramiento. El autor se apresura a dejar señales y habla de la «refinada y peligrosa sensación visual y sonora como un ladrón de esmeraldas. Luis Artigue ha escrito un buen libro, un libro arriesgado, en el que cuenta sobre todo el impulso joven dispuesto a romper velos para descubrir los entresijos de la poesía de siempre. Y dirá: «Oh aquella niña Juan Jazz, sustento de mi mundo». El libro suena a misterioso a rompedor, cuando en verdad no es sino la versión peculiar que corresponde a una manera de ser, a una forma de contemplar el mundo, un cierto modo de entender los sentimientos. Sospecho que no es obvio que descargue mi conciencia al peso de la lectura de este libro, por muchas razones de obligada lectura. Porque en resumidas cuentas compruebo durante su lectura que a mí me gusta el jazz, que fue el sonido con el que ya entonces se componían los madrigales y también los procedentes de otros manantiales, creemos en el blues, como réplica universal de un dolor. Este libro es, pues, si nos atenemos a la técnica de las generaciones un libro que por cierto nos recuerda muy en los hondo a San Jan de la Cruz, intentando «dar a la caza alcance»

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