CRÉMER CONTRA CRÉMER
Fernando Fernán Gómez
CUANDO MÁS FALTA HACÍA. Los hombres importantes, aquellos de los cuales depende el verdadero prestigio de una civilización y hasta de un futuro, siempre mueren cuando más falta hacen. No anda España por cierto rica en aventuras teatrales como para desdeñar el genio de Fernando Fernán Gómez, que ya en las estribaciones de la edad y de la gloria, todavía compuso esa delicada y fina comedia de las bicicletas para el verano. Y en los entreactos seguía haciendo versos, y escuchando cuando se le clavaba en el alma la música porteña, se permitía el lujo de llorar un lagrimón al son de un tango de corralón. Cuando se dice que el duelo ante la muerte de este polifacético artista constituyó una verdadera manifestación de duelo, no estamos mencionando un suceso banal, sino por el contrario, estamos proclamando una de las realidades que se encubren en los duelos masivos: Ante la desaparición de Fernando Fernán Gómez no valen excusas, porque el personaje no era precisamente un ser que aceptara fácilmente la excusa que encubre envidias, y si a mano o a pie venía, mandaba a la mierda al más pintado. Y no porque su carácter fuera adusto y de fácil tendencia hacia el exabrupto, sino porque lo que giraba en torno al mundo que le tocaba resultaba insoportable, aburrido y ladino. El dolor por la muerte del «abuelo» se extendió por toda España, y por poblados humildes, con escaso número de habitantes para pensar en «bululús» o en Carros de Comedia. Y en León principalmente sonó como un estallido, como una tromba, como una carga dinamitera¿ Porque tal vez fue uno de los pueblos que primero visitó, como actor, Fernando Fernán Gómez, fue León. La gente de Espadaña , todavía en la esperanza de los poetas en activo, había convocado, con motivo de las fiestas de San Juan lo que ahora se da en llamar un «Encuentro Literario» y para ello solicitó la colaboración de José María Nieto, Fernando Fernán Gómez, Luis López Anglada, Eugenio de Nora y el que suscribe, para una serie de recitales. Y en el escenario del Instituto y en otras dependencias oficiales, el grupo presentó su ópera lírica. Y es obligado afirmar que el éxito del encuentro fue la intervención de Fernando Fernán Gómez. Su figura esbelta y su gestuación apasionada se impuso y las muchachas del poblado se ofrecieron como enamoradas de su voz, de sus ademanes, de su gentileza de caballero andante, sin caballo. Como los presupuestos municipales, entonces como ahora y en la hora de nuestras dolencias siempre anduvo corto el Ayuntamiento de León de intenciones y de dineros para acciones de cultura, hasta extremos realmente vergonzantes, los poetas que desde Madrid habían aceptado formar parte del grupo lírico tuvieron que conformarse con las disculpas y las felicitaciones que los actores recibieron por su intervención. Y ya entonces, el único que se sintió dolido, fue Fernando, y expresó su disconformidad con un «¡Joder, que tropa!», que ya por entonces se había impuesto en el lenguaje de los agravios. No hubo ni recepción, ni comida, ni cena, ni el óbolo de la viuda, y el encargado de la demostración se vio en un trance difícil para corresponder con sus compañeros mediante un regalo sencillo que se supuso que no les duraría más que el tiempo justo para seguir lamentándose de que la poesía, ni siquiera expuesta por vates tan destacados como José García Nieto, y Fernando Fernán Gómez, tuviera tan escasa cotización intelectual. Y es que lo que diría otro poeta en circunstancias análogas: «¡Tanto trabajar para morirse uno!»... ¡Qué mierda!