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ARMARON un filandón en Murias de Rechivaldo porque el colegio astorgano Blanco de Cela cumple centenario y en la vieja cocina de curar de la casona de los Botas nos convocaron a capítulo de cuentos, canciones, gaitas, chiflos, teatros y recordaciones. Había fuego de buen leño y concurrencia apretada. Si la vida leonesa (lo tengo demostrado) es un «arímate... pallá», los filandones fueron de siempre la mejor disculpa para el «arímate...pacá», que lo pide el frío que aguarda en la puerta, lo exige la sangre reunida y lo recomienda el roce picardeado con ganas de entrar en líos veniales o enredos morrocotudos. ¿Qué no le contarían o averiguaría el obispo de Astorga que decretó en 1732 la pena de excomunión a toda persona que asistiera a filandones?, ¿cómo no tentarse al tema y a la indagación de lo que realmente se apretaba en aquellas casas zamoranas o maragatas de un tiempo muerto por fuera y reburdiado por dentro, tiempo en el que el aire daba la vuelta en todos aquellos perdidos y perdularios pueblos, tiempo de hambre vieja y perpetuas ganas?... Así que empezaba la cosa filandera acercándose a la lumbre la concurrencia, aburándose las suelas contra el fuego, calentándose la charla, sacándose el pandero y armando danza que emparejaba al mocerío suelto y al mujerío con jamosta, pues allí nadie se privaba y tampoco era el pajar mal sitio para acabar las tertulias emparejadas. Tuvieron que ser mucho revoltijo aquellos meneos filados con hilas para cabrear tanto al prelado astorgano. Y de Murias de Rechivaldo (tiene mucha novela el nombre) nos fuimos a Canedo para despedir el año con Pradiña, Florichi y el guaje Manuel, que es una maqueta a tope de su padre (el que a los suyos sale, honra merece). Y aunque era breve de concurrencia, fue filorio de charla arrimada a chimenea de gran fuego y de crepitar juntanzas, porque al cabo llegó Amancio con su guitarra (en su último disco navega el gran calado del verbo de Leo Ferré con la ganancia de la voz que le presta el de Dehesas) y nos dejó allí canciones para mecer el alma pequeñina (a Gamoneda es difícil ponerle música, pero a un poema suyo de cuando andaba en los veinte le puso Amancio un cordel de armonías y lo ha dejado como guirnalda de barcarola). Y acabamos cantando todos hasta canciones de Antonio Molina... y un «arímate pacá».

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