Diario de León
Publicado por
ANDRÉS ABERASTURI
León

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PASADOS LOS FERVORES de uno y otro lado tras la manifestación de los obispos, puede que haya llegado la hora de recapacitar sobre los derechos y las obligaciones de algo que el propio Jesús del Evangelio dejó claro: «A Dios lo que es de Dios y al César lo que es el del César». Luego parece que la cosa se fue complicando y durante demasiado tiempo el César era el representante de Dios y Dios parecía elegir al César. Pero no es la historia de estos siglos lo que nos preocupa sino el aquí y ahora con nombres y apellidos. Que la Iglesia, como institución, no sólo puede sino que debe hacer oír su voz en problemas que atañen a la ética -la moral- y/o a la nueva forma de organizarse la sociedad, es algo que parece pueda ser discutido: tiene todo el derecho. Otra cosa es que ejercitar ese derecho moleste a los políticos de turno. Si realmente se declarase una guerra abierta entre ambos, la administración del estado no podría en muchos años suplir el papel que en la asistencia social, en educación y en muchos aspectos culturales, hace ahora la iglesia gracias a esas subvenciones. Pero lo que tampoco puede hacer la Iglesia es decir al César como debe gobernar; o mejor: puede y debe decirlo, pero no pretender ni que el Gobierno siga sus ideas ni propiciar con estas reprimendas multitudinarias la idea de que un partido determinado es el partido de la Iglesia y el otro su enemigo. La Iglesia que hacía entrar bajo palio al caudillo Franco, no ha hecho aún una rectificación publica y oficial de toda su actuación durante esos cuarenta años. Y no vale decir que eran otros tiempos o que eso ya es historia porque la Iglesia sigue siendo la misma institución que era entonces aunque el tiempo haya pasado. Los partidos son temporales, la Iglesia, no. Y volviendo al presente, desde el respeto inculcado en aquellos años, me resulta tremendamente difícil aceptar lecciones de una Conferencia Episcopal que convoca a millones de fieles para defender a la familia pero que no ha desmentido nunca oficial y públicamente a alguno de sus prelados que padecen una evidente confusión mental en algo tan sensible como el terrorismo. No me vale con que hayan defendido a las víctimas en ocasiones puntuales y la mayoría de las veces para tapar manchas de sus propias gentes. Ya va siendo hora de que la Conferencia Episcopal llame al orden o dé su opinión oficial sobre, por ejemplo, la últimas declaraciones de Setién no hace mucho tiempo.

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