El acordeonista
COMO una estatua sedente, como una caja de música del mobiliario urbano, lleva años entre nosotros ese muchachote de la calle Ancha que aprieta el fuelle de su acordeón y llena el aire de sonidos amables y festivos. Vino de algún norte de fríos y horizontes rotos, así que no le arredran las inclemencias cazurras con las que se reboza horas y horas en la cuestilla de los canónigos, esa cansina calle por la que subían a la catedral aquellos curas solemnes de tirilla roja en el alzacuello (el único que siguió utilizando este distintivo fue Luis López Santos -todo un Luis con don-, aquella severidad profesoral que también fue el último «dignidad de chantre» del cabildo catedralista), cuesta por la que baja y sube hoy peatonalmente una vomitona de gentes abrigadas que escaparatean, fisgan terrazas y te remiran con ojeos fiscaleros como quien no quiere. La entrada a la calle la da el son del acordeón de este mocetón rubicundo que no apea sonrisa jamás, no escamotea pasión gestual de gran concertista echándole bamboleo a sus acordes y paga con chispa de ojo miope y agradecido el tintineo de la calderilla que va cayendo en su cepillo maletón. Quien le haya venido escuchando todo este largo tiempo habrá visto, o sea, oído, que ha ido ajustando su repertorio al sitio y al momento, a la pasodoblez de lo ibérico o al villancico de a Belén va una burra cargada de chocolate (pues que pase por mi oficina, dijo un camello que subía pitipiti como cada tarde a trapichear en el Húmedo). Su carpeta de partituras clásicas es como laca culta que fija el aire repeinado de esta calle. Supongo que si sigue entre nosotros es que su oficio callejero le viene manteniendo mal que bien, pero también apena un tanto que esté condenado a la intemperie cuchillera del invierno leonesín un músico y una calidad que piden techo y estrado, si no odeón. Hace unos años, cuatro compatriotas suyos, catedráticas voces hijas de conservatorio, cantaban en esta misma calle con pulcritud de cámara y conseguimos que les contrataran para dar algunos conciertos por la provincia en casas de cultura o templos de solemnidad. Con este acordeonista deberían hacer algo parecido. En fiestas y bodorrios caería pintiparado. El acordeón mueve a bailar. Es universal. Acuna lo mismo un vals que un tango o un kasachok.