Diario de León

CORNADA DE LOBO

Lengua de faisán

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LA GUSA de España ha sido gazuza mortal, literaria e impenitente desde el lazarillo de Tormes hasta el invento del yogur. Después empezó este país a comer pollo barato o mortadela y se despejó el estigma de hambres y legumbres, de achicorias y sucedáneos. En las escuelas nacionales de los años cincuenta se daba leche en polvo a la nerviosa tropa desnutrida que hacía cola ante un perolo que humeaba; colmado el vaso con aquello blanco que no hacía nata, sino espuma, se bebía sin azúcar y con alguna repugnancia; y por la tarde, queso color salmón en lata también americana que nuestros estómagos ingratos despreciaban, lo mismo que los perros callejeros de Santa Marina que lo husmeaban y allí quedaba. Eran años de Carpantas con sinfonía en las tripas y gentes que recogían colillas para sacarles su última alma, capturarla en petaca y reliarla en un truja a escondidas. Y no había mayor ciencia ficción para un bachiller ñarro a la hora de la merienda (trozo de pan con onza de chocolate terroso) que leer algún libro de historia o novelón de romanos donde se pormenorizaban los excesos de nerones y tigelinos en banquetes desproporcionados que nos iban poniendo los ojos como platos y la boca en pasmo como para comulgar aire: comidorras de triclinio y sobeo, menús de cincuenta platos, frutas heladas espolvoreadas con oro, lenguas de flamenco a esgalla y de faisán a embute, delicadezas egipcias, rarezas, lujo oriental y despilfarro de emperatriz... Los romanos eran pecado gordísimo en gulas y lujurias, decían nuestros maestros, abandonaban la mesa para vomitar y volvían a comer para seguir fornicando a los cocineros; empezaba un banquete a las ocho de la tarde y concluía a las diez de la mañana... tres días después. Esas cocinas palaciegas que se exhiben en Madridfusión (pasarela para que desfilen platos en bragas de almíbar o con sombreritos crujientes) evoca a los romanos. Sólo faltan algunos venenos para que sean talmente una réplica de los festines pretorianos donde se pedía música a la orquesta para sacar el muerto y seguir pocilgueando. Pero no hay huevos en la actual cocina galáctica de usar en sus reconstrucciones deconstruídas aquella leche en polvo, aquel queso... o aquel pan duro, que también era crujiente.

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