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Publicado por
LUIS ARTIGUE
León

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EMPIEZA EL LIBRO DE POEMAS El día, los días -de Marifé Santiago Bolaños, Editorial Calambur- certificando que, como nos enseñó Safo, la poesía es el lado femenino de todo ser humano: «Y hará ya muchos años que un pájaro lleva en el pico esta escritura mía/ que es tu escritura/ amiga». Así ese primer poema fluido, panteísta, trascendente, nos da ya una de las dos claves temáticas sobre las que pivota todo el conjunto: la feminidad universal -en ella está el origen de la lírica- entendida como un hermanamiento que va más allá del espacio y del tiempo. Sí, esa feminidad es uno de los grandes temas de El día, los días ¿ El otro es el poeta y su forma de viajar. El yo poético acompaña en el segundo día a un terapéutico viaje extrasensorial más allá de la lógica y el cuerpo trasmitiendo al lector que, por encima de lo que diariamente podemos aprender, está lo que podemos sentir. Un hermanamiento en el dolor y un acto profundo de empatía se nos antojan al instante esos versos que, a pesar de todo, comunican un extraño vitalismo. Y de hecho en este punto este libro de poemas conecta directamente con el anterior publicado por esta misma autora - Celebración de la Espera . 1999- el cual también se leía como un viaje al más allá de uno mismo -«He sabido cuánto no es la piel limitación del cuerpo¿»-. En el prólogo que escribí hace diez años para ese libro empecé diciendo algo que vale también para éste: «Tal vez la condición de poeta no sea otra cosa que una forma de viajar». A partir de aquí La India, Japón, Seul, Kibera, Nairobi son lugares presentes mediante los cuales la autora ahonda en una poética que está desde el principio centrada en las raíces y en cierto personal sentido del viaje. De hecho el primer libro de poemas de Marifé Santiago Bolaños - Tres Cuadernos de Bitácora . 1996- era ya un viaje de regreso mágico y mítico a La Maragatería, la tierra de sus antepasados, y Celebración de la Espera es un libro emocionante tanto por lo que dice como por lo que insinúa ya que se trata de lo primero que, tras la desaparición del padre, nuestra autora pudo escribir -por eso no podía ser otra cosa que eso que Luisa Castro llamó Viajes con mi padre -... Lo que no está como argumento. Leer la poesía de está autora es ir sin tránsito desde aquí al más allá. Luego el tercer día de este libro supone un nuevo viaje en el tiempo, esta vez a la ciudad de la infancia. Y el cuarto se entiende como un regreso a las mujeres del pasado familiar para conseguir así versos de meritorio valor aforístico (los cuales nos insinúan que la solidaridad -esa colectivización del amor, los sueños y los recursos propios- es una forma decididamente humana de estar en el mundo). Pero es en el quinto día -en la quinta jornada de construcción del mundo que es este libro- cuando la mujer se vuelve más metáfora mediante un canto elegíaco, dramático y posmoderno puesto en boca de Dulcinea, el personaje plano, mudo y referencial del Quijote que deja aquí de ser musa para erigirse en protagonista. Luego el sexto es una parte herméticamente sugerente que uno lee como quien camina a solas por la noche de Tokio. Y, en el séptimo día, vuelven los aforismos metafísicos, líricos y elevados como los koan del zen... Versos en prosa derramada como las lágrimas que se hacen río y dejan huella. En conjunto pues la poesía de Marifé Santiago Bolaños podría definirse como una forma desensimismada y trascendente de depurar el yo y habitar el mundo sin perder nunca de vista ciertos ideales y valores -la belleza, la delicadeza emocional, la finura ética, el refinamiento¿-. Recreándose en influencias como las de María Zambrano, José Angel Valente, Antonio Gamoneda, Juan Carlos Mestre y Juan Gelman su poesía conforma un discurso elevado y elegante capaz de convertir ensoñaciones, intuiciones y elucubraciones metafísicas en palpitante verdad. Ella escribe como quien nos presta así sus alas. Recomiendo la lectura de El día, los días a quien no sepa volar.

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