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AÑOS cincuenta; bien entrados. Ni gentes ni dineros logran escapar todavía del susto y los quebrantos de la guerra. Se ha salido del racionamiento, cierto, pero se ha entrado en el autoracionamiento, que casi es peor, porque en cada casa se ha puesto un fielato en la despensa. Se busca el pan y el jornal bajo las piedras, se desteje la lana de jerseys viejos para rehacerlos, se vende cartón, papel y chatarra y se atropan de la acera los rabos de cable de cobre que caen junto a las escaleras de los telefónicos; los críos van haciendo con ellos un macizo ovillo que también irá al chatarrero por unas perronas. En la ciudad se rebusca y en el campo todo se aprovecha. Entran a la capital desde el Torío carros cargados de leña y urces. También el carbón anda en carros por las calles y se vende a cestos. Vienen paisanas forradas de ropón y manteo desde pueblos de la contorna andando kilómetros por vender en la plaza mayor cuatro docenas de huevos que traen en una cesta con paja; es toda su mercancía; calderilla sagrada. Por el Torío arriba sube un tren hullero con gentes que bajaron con gallinas y las trocaron por aperos, aceite y azúcar, puntas, un alicate y un corte de tela para la blusa de las crías. Ese tren mixto -que es tren botijo en los domingos del verano- va cruzando prados de sebe arbolada y pueblos cuyas calles son aún grijo y charco... y cuando te deja en la estación de Garrafe te estampa ante los ojos un paisaje agrario inédito, exótico y fascinante, el de dos cultivos que jamás se vieron en surco cazurro: el lúpulo y la adormidera; en realidad, dos bases narcóticas. El lúpulo me fascinaba. Su aparatoso y colgante cultivo le hace parecer una formación militar de cipreses alineados y nunca antes en León se pudo expresar mejor lo que es despampanante en una planta. El lúpulo con sus racimos de flores como piñas huecas tiene un perfume acre deliciosamente amargo. Pelé algo de crío y tengo ese olor apresado en mis archivos. Las adormideras eran aún más fascinantes... droga, morfina, opio, anestésico, fármaco... Era, claro, cultivo legal porque a las farmacéuticas nacionales les hacía falta. Los mercados del ancho mundo no le vendían nada a Franco tras el bloqueo comercial decretado por Naciones Unidas. Y por lo mismo, el lúpulo. Hubo que inventarlo. Ven mañana aquí y lo repasamos.

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