Diario de León

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JODÓ petaca, qué camiseta, que impedimenta, qué colores, qué look... La selección española de fútbol saltó el otro día al verde malagueño de La Rosaleda con una indumentaria de campo jamás vista: calzón blanco (que es calzoncillo), medias blancas (de primera excomunión) y camiseta amarilla (como Piolín en su fuero). Nunca antes se vio esta acuarela merengona de nata y crema y, menos aún, jugando en propia casa, renunciando a su seña y colores propios no se sabe por qué y, además, jugando en falso o amistoso contra la francesada en verso y en gallo. De amistoso, nada, dijeron, pues había que sacarse un viejo espolón clavado tras la última derrota oficial, así que a la ocasión la pintaron de revancha calva. El partido fue feote y pesadito, pero eso se olvida. Lo difícil de olvidar será la luminosa indumentaria exhibida. La pregunta es quién decide y elige estas cosas y por qué. A falta de explicaciones previas o posteriores, habrá que ensayar teorías: Primera: se trata de echarle un pulso al fatum de gafura y malage que siempre comportó el amarillo para el mundo teatral y artístico, color maldito que nunca sube a escena (salvo algún suicida ibérico) porque con él encima murió Moliere. Segunda: se buscó el amarillo y blanco como alternativa al rojo de embutido por representar los colores del huevo frito que es también otro emblema nacional (¡donde estén dos huevos fritos con chorizo!, nos gusta decir cuando andamos por los extranjeros o salimos de un restaurante superpijo). Y tercera: hemos adoptado, ni más ni menos, los colores de la bandera del estado Vaticano, que por no tener selección de fútbol (y eso que san Pedro es portero y Rouco, que se sepa, lateral derecho) podría parecerlo ahora cada vez que España juegue vestida con la tela de su pabellón (otra cosa es que los obispos podrían agradecerlo con otra andanada a los morros del gobierno, como lo hicieron tras subirles el estipendio concordado y esa asignación tan mal atada que ahora amenaza retocar con descuentos monseñor Pepiño, abad mitrado de Ferraz). Habría una cuarta razón: inventándose otro segundo uniforme oficial, se venderán más camisetas para el nene, que aquí reside el gran negocio futbolero y el quebranto de los papás que apoquinan quince mil leandras por algo que vale sólo mil.

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