El paisanaje
Zeta Paro acaba el contrato
MANDE A ZAPATERO al paro en defensa propia, uno más da igual entre los ciento y pico mil que no tienen curro desde enero. A poco que se rebobine en la memoria, pongamos que de cuatro años para acá, el que más y el que menos estará de acuerdo en que el país no tenía ni la mitad de los problemas que tiene ahora. Algunos no se esperaban y han caído de sopetón, como la subida del petróleo, pero otros los ha creado este Gobierno, él solito, para demostrar que luego tiene «soluciones para todo» por si alguien no se había enterado. ¿Inmigración? Puertas abiertas y papeles a mansalva. ¿Burocracia? A complicar más los estatutos de autonomía, empezando por el catalán y acabando por el de aquí mismo, sin que se sepa todavía para qué sirven, eso por lo menos lo tienen claro los topillos que, con suerte y una caña, emigrarán de charnegos más allá del Ter y el Llobregat, ya han pasado el Duero y van por el Ebro, hala maños. ¿Sequía? Se cambian los pantanos y el trasvase de la Patrona de Zaragoza por rogativas a Al Gore. ¿Matrimonios de homosexuales? Que se casen, se jodan y se divorcien como todo quisqui, dicho sea con el mayor respeto hacia ellos, entre los cuales creo contar con algún amigo aunque a él no le parezca prudente pregonarlo por políticamente incorrecto, nada de lo otro. ¿Que la gente ya no va a misa el domingo? Leña al obispo para que repique a campanazo limpio. ¿Que Franco ha muerto? Pues que lo desentierren los tataranietos de las dos Españas en las fosas comunes que le dejaron el corazón helado a Machado. Y lo de comunes nunca mejor dicho para las nuevas generaciones, porque el chaval o la chavala que no tiene una suegra pasionaria casó con un miembro de la Guardia Civil. Todos somos hijos del cuerpo, le digo a usted, mi sargento, y en esto de la convivencia y llevarnos bien es bueno que en España queden pocos pura sangre. ¿Somos una nación? Concepto discutido y discutible, según los de Trobajo, Antimio y Regueras, cuya toponimia de los letreros de la carretera ya avisan que una cosa son los «de Arriba» y otra los «de Abajo». Así les va con los baches. Ahora, y da igual el pueblo, todos tienen que apencar con los problemas reales. El gasóleo de la calefacción, el del tractor, el pollo, el pan, las hipotecas, el paro, etcétera, todo sube lo mismo en Regueras de Arriba que en Regueras de Abajo, por citar dos comunidades tan distanciadas y distintas que ni se saludaban los sábados de mercado en La Bañeza, que es mi tierra. Mientras tanto los paisanos almacenistas, listos como alubias, inventaron la inflación, entonces conocida más castizamente como «estraperlo». Los de La Bañeza siempre hemos sido muy inquietos, así que el paro nos da mala espina. Según dicen las estadísticas del Inem en enero se han apuntado al subsidio 132.378 desempleados en toda España, la peor cifra del último cuarto de siglo. El ministro de Trabajo, señor Caldera, no ha concretado a la hora de hacer números en rueda de prensa cuántos son de las dos Regueras, limitándose a generalizar que en una quinta o sexta parte se trata de inmigrantes recién llegados al país. Harían mal los de Regueras de Arriba y de Abajo yendo a votar el día 9 del mes que viene pensando que el paro afecta mayormente a los forasteros. Uno recuerda de antiguo, cuando Adolfo Suárez y Felipe Gonzalez, que no faltaba un parado en cada familia, el cual iba tirando hasta fin de mes como podía con el sueldo del padre y la pensión del abuelo. Ahora, a mayores, es rara la familia donde no haya un divorcieta -otra pensión alimenticia de ida y vuelta- cuando no te sale un hijo o una hija del armario, dicho sea por lo fino, o llega la correspondencia del banco con las letras de la hipoteca para el nieto a cincuenta años vista, cuando él mismo sea también abuelete, de parte de Botín. El paro es un mal asunto y un drama personal peliagudo que tiene su propio síndrome al decir de los médicos, tan diagnosticado como el de la gripe: empieza por un subsidio que, como las aspirinas, sólo elimina los síntomas, te sube la fiebre de la hipoteca, la ansiedad, somatizas el crédito y los números rojos y, como te descuides en el tiempo, de tanto estar parado puedes estirar la pata. El Gobierno achaca el actual estado de cosas al pinchazo de la llamada burbuja inmobiliaria en plan globo sonda por si cuela. Podría ser, pero con los pies ya en el suelo servidor teme que sea una bola de nieve: empieza a rodar cuesta abajo la hipoteca, le sigue el coche, se pierde de vista la visa y, al final, queda un pan como unas hostias para que toda la familia comulgue con ruedas de molino cuando pase la campaña electoral y acabe el ayuno de la Cuaresma. Unos dicen desaceleración. Otros avalancha.