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Publicado por
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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JESÚS NOS MUESTRA su «poder», su divinidad, pero una divinidad que va unida a la cruz. Parece que lo hace en el marco de dos grandes fiestas judías: la de la Expiación y la de las Tiendas. Jesús toma consigo a Pedro, Santiago y Juan y van a un monte alto. Los volveremos a encontrar juntos también en otro monte: el de los Olivos, en una situación que contrasta grandemente con esta otra. Aparecen más montes en la vida de Jesús, pero con un común denominador: el monte como lugar de la sabiduría y del encuentro con el Padre. Se presentan otros dos personajes: Moisés y Elías. También ellos recibieron en un monte la revelación de Dios. Y ahora aparecen en amistoso coloquio con la Revelación hecha persona, la Palabra hecha carne: Jesús. Moisés y Elías representan a la Ley y a los Profetas y su tema de conversación es la cruz. Es lo que, más tarde, volverá a explicar Jesús Resucitado a los discípulos de Emaús y, con ellos, a los de todos los tiempos: la pasión es el camino de la resurrección. La pasión trae la salvación, que está colmada de la gloria de Dios, la pasión se transforma en luz, en libertad y en alegría plenas. De este modo, la esperanza en la salvación y la pasión son asociadas entre sí, desarrollando una imagen de la redención: con el Cristo que padece, se relee la Escritura. Siempre tenemos que dejar que el Señor nos introduzca de nuevo en su conversación con Moisés y Elías; tenemos que aprender continuamente la Escritura de nuevo, a partir de Él, el Señor Resucitado. La transfiguración es un momento de oración, se ve la relación íntima de Jesús con el Padre, que lo convierte en Luz de Dios, y se ve también su ser más íntimo: ser luz como Hijo. Pero, a diferencia de Moisés, no baja radiante, iluminado por la luz divina, sino que esa misma luz sale de Jesús, no es receptor, sino fuente de luz. Una luz que vuelve el vestido radiante y que nos hace recordar de paso a los elegidos del Apocalipsis, los que lavan y blanquean su vestido en la sangre del Cordero. Lavatorio bautismal y existencial que todos debemos hacer nuestro. Nos dice el relato que se forma una nube y de ella sale una voz: Éste es mi Hijo amado, escuchadlo. La nube en la Biblia es signo de la presencia de Dios. Jesús es ahora la nueva tienda sagrada sobre la que se posa la nube de la presencia de Dios, que también cubrirá con su sombra a los demás. Y el mensaje no es sólo una declaración de la identidad profunda de Jesús, sino que contiene un imperativo: el de la escucha. Jesús es la misma Palabra de Dios, la última y definitiva, escuchar a Jesús es escuchar al Padre. Es el Reino futuro lo que anticipa Jesús en la Transfiguración, el día en que Dios sea todo para todos.