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TIENE un sueño ese hombre cuando a esa edad sus paisanos se duermen en las glorias o naufragan en olvidos. A sus noventa y cinco años tiene planes que rebullen en su industrioso magín, proyectos que amplían horizontes volando en transporte aéreo; y ya está viendo al campo leonés constituído en vigorosa sociedad agraria, cooperativa global que rehabilite la abollada fe de la paisanada labrantina y ganadera en la potencia primera de esta tierra, que siempre fue de azadón y aguijada, de surco y cuadra, de regante y pastoreo. Con el avión se llega a todas partes hoy antes que nadie y desde un restaurante en Nueva York pedirán un día cuartos traseros de buey riañés, lechazos de churra terracampina, cerezas garrafales del Bierzo o los primores de huertas y vendimias. Quien sueña y demuestra esta redención del campo trabajado con fe y con ganas es un hombre que ya bien joven se constituyó en incontenible emprendedor alquilando dos camionetas que en los años treinta llevaban patatas del Valle Gordo al Narcea despertando con su escape libre a los pueblos omañeses y lacianiegos que cruzaban de madrugada; con la ganancia de ese acarreo compró después mulos de tiro y contrató portugueses para talar, aserrar y transformar roblones de treinta metros en traviesas de ferrocarril; montó tras la guerra nuevos transportes llevando harina zamorana a las Asturias y retornando con carbón para estas mesetas heladas; arrendó más adelante minas cercanas, compró explotaciones de carbón y en pocos años tenía de Sabero a Fabero seis grupos de hulla y antracitas con con mil doscientos mineros; aplicó esta ganancia a la edificación y construyó con solvencia y reto -en dos años, cinco mil quinientas viviendas en Avilés-; creó empresas de microbuses en Madrid y en pocos años compró el Banco de Medina, el de Málaga después, fusionándolos y prometiéndose una carrera bancaria que acabaría con la compra del Banco de Valladolid y el del Navarra convirtiendo a sus empleados en accionistas y navegando contra envidias y maquinaciones de la gran banca; compró sociedades de pesca y buques que faenaron en todos los mares; se hizo grande. Este hombre que sueña nuestro campo como empresa atiende por Domingo López y es aval cuando piensa y emprende. Por sueños así hay que apostar.