LA GAVETA
El desguace
ESTA VEZ LO ENCONTRÉ muy melancólico. Estábamos en León, en su despacho luminoso y antiguo. Libros, plantas, la puerta de la terraza abierta. Y un gato negro que dormitaba al sol. -Los años que vienen serán duros -me dijo- cuando podrían ser los mejores. Luego Pedro se sentó en su butaca de cuero color miel. Y sonrió. Una sonrisa triste. Recordé entonces que eran casi treinta años de vernos, aunque de cuando en cuando. Exactamente desde 1981, en qué le conocí en Ponferrada, durante las fiestas de la Encina. En un concierto de la Orquesta Mondragón en el castillo. Nació entonces una amistad educada y ocasional, de visitarle en su despacho de abogado, aunque ahora ya no ejerce. Pero mantiene este piso lleno de libros; dice que es su refugio. Además, él vive muy cerca, por la calle Lancia. Pedro ganó un buen dinero antaño, se administró bien. Eran asuntos civiles, ventas de terrenos. Pero él ha sido, más que un hombre de leyes, un observador de la vida pública. Y tuvo alguna responsabilidad menor en los años de la transición, en las filas socialistas. -Vamos por el mal camino -insiste-. Pero tampoco hay otro. Ahora ya no. Pedro se refiere al asunto crucial de la España de hoy, que muchos olvidan y que no es otro que la paulatina pérdida de la cohesión nacional. Recuerdo que Pedro me lo anunció, hace ya muchos años. Y que yo le dije entonces que él estaba equivocado. Es más, también le dije que era un alarmista. Recuerdo que había ido yo a León a unas jornadas sobre mecenazgo cultural que organizó la Diputación en el edificio Pallarés, en el otoño de 1990. En uno de aquellos días Pedro me invitó a comer. En el restaurante Alcázar, que para mí era mítico desde el día en que fui con mis padres, siendo niño, en un viaje de médicos y sorpresas. Ya en los postres, le dije que él tenía tendencia a ver las cosas con óptica de la guerra civil. Y que la España de entonces no podía compararse con la de 1936. Aunque por el medio, claro, pasó lo de Yugoslavia. -Y es de tontos creer que Yugoslavia era un país inventado -me dijo el jueves, cuando le visité-. Eso no vale. Vale el delirio de un pueblo. Y en el País Vasco y en Cataluña hay mucho más delirio ahora que hace unos años. Mucho más. Hay odio, también. -Y en Galicia -colegí, aceptando su tesis. -Y no olvides que en el problema vasco está Navarra. -Pero la ETA languidece -dije. -Eso ya da lo mismo. Repara en que el PNV ya quiere la independencia. Y Convergencia coquetea con ella. Eso no sucedía antes. Luego sonreímos un poco, al recordar la frase de Zapatero de hace cuatro años: "Una España donde todos estemos más cómodos". -Ilusiones vanas -dice Pedro-. Zapatero quiso ignorar que cuanto más se cede ante el secesionismo, más se alimenta la bestia. -¿Y qué vaticinas? -le dije. -No quiero pensar en las formas. Me quedo en el fondo. En lo peor. -¿Y tiene remedio? -Sí. Un gobierno de coalición PSOE-PP. O un acuerdo de ambos partidos. -No lo habrá. -Ya lo sé -dice Pedro-. Los alemanes hicieron coalición para salir de la crisis económica, pero aquí no la harán ni para salvar la unidad estatal. -Somos diferentes. -Estamos en capilla. Luego me ofreció un té verde. Y nos pusimos a hablar de fútbol, para relajarnos un poco. Le dije que yo quería que este año ascendieran la Cultural y la Deportiva. -Es raro que digas eso, siendo berciano. -Lo siento así. -¿Y si sube la Cultural y no sube la Deportiva? -Me parecería bien. -Eso es muy raro. Que lo digas. -Estoy seguro de que tú piensas lo mismo, a la inversa. -Si te soy sincero¿ No. -¡Pues ya tenemos otro conflicto territorial! Y nos despedimos entre bromas. Como dos inconscientes.