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Publicado por
Antonio Núñez
León

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HA EMPEZADO una campaña electoral que el propio presidente del Gobierno anunció ya, a micrófono cerrado aunque lo oyera todo el mundo, como «tensa», «dramática» y «conveniente». Adjetivo por adjetivo uno opina que el ambiente está más bien encabronado, encanallado, emputecido y envilecido por utilizar sólo cuatro de los que vienen en el diccionario de la Real Academia de la Lengua. Si en el bar de la esquina los parroquianos nos cruzáramos la mitad de los insultos que se tiran los políticos en los mítines hace tiempo que el tabernero, bronca va y bronca viene, hubiera chapado el negocio por liquidación de vajilla. Afortunadamente en el barrio no somos tal que así, de modo que, como nos conocemos todos y se sabe de qué pie ideológico cojea el vecino de enfrente, cada uno paga una ronda y en paz, todos amigos a la sexta o pongamos que la «equis», cuando ya hemos arreglado el país mientras el patrón hace caja, por cierto que con una sonrisa y talante que para sí quisiera un presidente. Nunca se le ha visto mueca, mohín o morro como los que pone, por ejemplo, la vicepresidenta, doña María Teresa Fernández de la Vega cuando los discursos y arengas no le llegan, ni con mucho, a la altura de la barra de nuestra cantina. De vez en cuando, eso sí, el camarero saca la maza a lo Federico Trillo de debajo del mostrador con un explícito «manda güevos», lo que significa que nadie tiene derecho ya al abuso de la palabra y se acabó la sesión. Todos a casa. En esto del periodismo algunos jefes tienen abrasados a los becarios de prácticas cada vez que vuelven a la redacción de un mitin, da igual el partido, y titulan: «Fulano es un cabrito, según Mengano». «Chaval, cuida el libro de estilo» es lo menos que les cae, aunque los primeros argumenten que lo que en realidad dijo Mengano sobre el otro Fulano fue, textualmente, «hijo de p...». Educación para la ciudadanía es lo que se necesita de puertas afuera de los periódicos y menos pamplinas y sinónimos con la letra impresa. Volviendo a la calle, que es donde se curten los buenos colegas y las de la profesión más vieja del mundo -la titulación se autocensura para no acabar uno cual ellas por los rastrojos-si los periódicos imprimieran la cuarta parte de las burradas que se dicen en campaña electoral el juez de guardia no daría abasto en querellas por injurias, calumnias, desacatos, ofensas a la intimidad o insinuaciones y proposiciones deshonestas. En defensa de esta profesion nuestra, que tiene también su derecho al honor, hay que escribir, sin embargo, que la mayor parte de nosotros, cuando nos pasamos de rosca, no lo hacemos con los agravantes de premeditación (salvo gabinetes de prensa), nocturnidad (en las ejecutivas del PSOE y en las del PP de maitines ), alevosía (como Rubalcaba) o desprecio de sexo (caso Gallardón y Esperanza Aguirre). Sirva esto de atenuante a nuestra ruin carrera profesional, peor pagada que la de los políticos y la otra que por pundonor no se citaba antes. ¿Tensas y dramáticas las campañas electorales? A algunos les conviene, porque no tienen oficio ni beneficio y sólo son profesionales del cargo, algunos con muchos cuatrienios de antigüedad. Eso explica que lo defiendan con uñas y dientes porque les va la nónima y la vida en ello. El que quiera que mire el curriculum vitae del diputado más próximo. Según las encuestas, tanto el PSOE como el PP mantienen entre los españoles una intención de voto similar a la de las últimas décadas. El ciclista Federico Martín Bahamontes, ídolo de la posguerra, le llamaría a eso ir a piñón fijo. Pero es lo que hay. Los estrategas del Gobierno han echado las cuentas sobre la base de que siempre ha habido ricos y pobres, que los segundos son más que los primeros y el silogismo es el siguiente: si Manolo y Benito son unos pringados y don José el patrón, ganamos dos a uno. Se decía antiguamente que no hay nada más tonto que un obrero de derechas. Es bien cierto, aunque la cuestión hoy es diferenciar entre la hipoteca de un proletario y la reforma del apartamento del ministro Bermejo, unos cincuenta kilos al peso. O el fondo de armario de la cajera de Carrefour y el de la vicepresidenta De la Vega. Ya si hablamos de mi peluquero y el que le carda las cejas a Zapatero, ni cuento. Sobre moderación y estilos casi son de añorar los de antes de la transición, cuando había partido único y no dos, como ahora. Afrodisio Ferrero, de la parte del Páramo, que se presentaba para procurador en Cortes por el tercio familiar y que aún vive, era un candidado como tantos otros que se diferenciaba en nada de los demás, pero tenía tanta labia como Zapatero cejas. No me acuerdo si salió, pero el eslogan era también de mucho marketing: «si no tienes compromisio vota a Afrodisio».