Diario de León

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HOY te mato más que ayer... pero menos que mañana. El impulso criminal y vengativo duerme en el rey destronado que no abdica, varón rampante y menguante, varón cegado por su antiguo privilegio patrimonial: «era mía la ley... y la maté porque era mía». A mujer sublevada, disparo al corazón, puñalada y atropello. Se contagia la tragedia del despecho y crece el crimen. Cuatro en un día; tremendo; diecisiete en apenas dos meses; cada tres jornadas y tres infiernos, una mujer muerta sube a titulares. La ley y sus altavoces no contienen la avalancha de rabia y sangre que sube a los ojos del asesino: ni conmigo ni sin mí... tendrán tus males remedio; o yo... o tu fin. Se habla y se habla; venga a hablar; y lo peor es que no podemos hacer otra cosa. Políticos, sociólogos, legisladores, víctimas, asociaciones, expertos o cagasentencias tertuliados diseccionan la situación y nadie explica por qué a más leyes y protecciones, más está creciendo lo que se pretende evitar o aminorar (la exaltación informativa que apareja esta espiral también les parece a algunos un consejo gratuíto o un aliento innecesario a quien anda ya en el camino del disparate y trillando en la cabeza palabras que matan). Paradójicamente, estas violencias de género se instalan y medran más en países que avanzan y alcanzan legislaciones de igualdad entre hombres y mujeres. El norte de Europa -próspero, rico y culto, luterano o laico- lo advierte desde hace años con sus estadísticas aún más terribles (los pobres se matan menos porque no pueden pensar en otra cosa que no sea su miseria). Hay un varonato de viejo machismo que en la república independiente de su dictadura no entenderán como injusticia su histórica desigualdad... y allí no hay norma ni dios que entre a desarmar la mano alzada del que dicta su ley blandiendo el sueldo, mano que primero es puño y acabará siendo puñal. De las mujeres muertas en España la mitad son inmigrantes, gentes en un paraíso que promete palpar los sueños. De criadas o arrodilladas vienen muchas y como tales se ven en su ocupación (por no tener más oficio) o en su casa (por cojones de una realidad que viene de otra lejanía cultural y otras costumbres con varón en trono como un «sin ley» en sus trece, sin bajarse del machito)... Pero si no se ve la causa, mal se verá el remedio.

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