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Publicado por
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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El cie GO del Evangelio de este domingo no parece en principio una persona simpática y mucho menos agradecida a Jesús por el milagro de recuperar la vista. Es verdad que la iniciativa la toma Jesús, interviene en la vida de aquel hombre para hacer real la salvación que predicaba. Pero Jesús no se impone: inicia un camino de encuentro. Un inicio de algún modo ambiguo: el Señor obra como podría hacerlo un curandero, pide la confianza y colaboración del ciego, y así éste «volvió con vista». Nótese que el «milagro» es, por tanto, un primer paso, que en sí mismo ni requiere ni obra la fe propiamente dicha. Es una obra de Dios pero cuyo sentido más profundo deberá descubrirse y exigirá para ello un seguir adelante. La salvación que Dios ofrece al hombre es como una nueva mirada, la posibilidad de tener sobre las cosas la visión que tiene el mismo Dios. Dios escruta la profundidad de todas las cosas, las conoce tal cual s on; por eso puede descubrirnos el sentido que ellas tienen. La visión fundamental que Dios nos ofrece somos nosotros mismos desde su perspectiva. Por eso la revelación nos verifica, nos ayuda a reconocernos, a entrar en lo más hondo de nuestro ser y descubrir allí toda la entrañable riqueza y sentido de la vida. Hay que dar tres pasos: 1º) Reconocer la ceguera. La Buena Noticia llega a los pobres, las Bienaventuranzas son para los pobres, la salud y la salvación para los enfermos, los pecadores y los pobres. Es decir, para aquellos que sienten la necesidad de ser salvados; para aquellos que sienten un vacío y su incapacidad; para aquellos que valoran el poder de la gracia. El fariseo que se cree con buena vista nunca podrá ser curado de su ceguera. 2º) Escuchar la palabra. Es abrir una ventana a la luz y la esperanza; es salir de sí mismo y estar abierto al don que Dios nos promete. La pala bra de Dios es anuncio de salvación. Escuchar la palabra es empezar a confiar, empezar a creer. Pero si no escuchas la palabra, si te cierras en ti mismo, en tus posibilidades o tus negatividades, nunca podrás llegar a ser salvado. En cambio, el que escucha y acepta la palabra, confía, espera, desea, suplica, es encontrado por la salvación de Dios. 3º) Dejarse conducir. El ciego no opone resistencia cuando Jesús le pone barro; se lava en la piscina cuando Jesús lo manda; se fía siempre de la palabra de Jesús. No debemos oponer resistencia y obstáculos a la gracia. Hay que ponerse en las manos de Dios y dejarse llevar, aunque no siempre entiendas sus caminos. Ojalá pudiéramos decir en verdad: «Padre, me pongo en tus manos...». Ojalá nos dejáramos llevar siempre del Espíritu, nuestro verdadero director. Y dejarnos llevar también de los directores intermedios que Dios pone a nuestro lado.

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