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DIGITAL parece palabra guapa, pero siempre me sonó algo mal. Ahora, por ejemplo, me entran ciertos sudores fríos ante lo que se denomina democracia digital, voto (o coto) digital... y ante su dictadura informática o estadística (la estadística es a lo que se reduce la política cuando se vacía de ideología y se convierte en industria electoral). Digital viene de dedo. Hay demasiado dedo en nuestra historia y en cada vida, dedo en el ojo, en la llaga, dedo nominante, dedo dedazo que señala, apunta, nombra, destituye... o fulmina cuando besa el gatillo. Todo empezó con un dedo, el dedo de Dios tocando a Adán en el cielo abovedado y pinturero de la Capilla Sixtina. Y todo sigue pendiente de un dedo que elige o firma, que aprieta el botón de un silo nuclear o bate el pulgar hacia abajo para que dicte el emperador la pena sumaria del gladiador abatido. Hasta el dedo meñique, que es el más inocente o desvalido, tiene sus delitos. Lo digital evoca, pues, más cosas que el mundo teleinformático cifrado en dígitos. Lo digital es un gladiador que sigue imparable tumbando y sometiendo a lo analógico. Lo digital es la ley de nuestras cuentas y profecías. Impera su fuero. Facilita el progreso. El mundo avanza ahora con más prisa porque lo digital engrasa y facilita las velocidades. Pero lucen peros. La democracia digital es una cosa plausible, pues podría el poder o la autoridad tener en cada instante, en cada toma de decisiones, el criterio que proporciona la consulta puntual y el respaldo o no de la mayoría. Votar cada cuatro años para que después improvisen o inventen lo que no habían declarado al pedir el voto es un fraude. El voto electrónico debería utilizarse para enriquecer el criterio democrático con el que se dice nos gobernamos. En política no se usa nada. En el resto del espectáculo de la vida se ensaya el voto digital, como en concursos televisivos, encuestas o demoscopias, pero ahí tenemos la mandanga de Eurovisión con canciones votadas por «el pueblo» y resulta que hay más pucherazo y maquinación que cuando se compraban los votos con escabeche, un duro de plata de Amadeo I o se inflaban urnas con papeletas de muertos y censos falsos. Si en la vida la democracia es aún fruto inmaduro, en lo digital ya huele a podrido.