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CRÉMER CONTRA CRÉMER

Carta a una señora o señorita

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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MI MUY SEÑORA mía y de toda mi consideración y respeto: No es cierto que yo sea machista leninista ni siquiera de la asociación de chicos divorciados; es que, tal vez, quién sabe, usted no me sigue, no me entiende o me confunde con el muchacho del reparto. Sucede, señora, que en España están ocurriendo cosas que causan asombro en el extranjero y alarma dentro de la península. Y sucede sobre todo que en España o sea en la misma España de los asombros, se ha producido un fenómeno singular: y es que, por temor tal vez o por no perder el puesto de trabajo que tanto costó conseguir o sencillamente por no causar mal efecto a los señores y señoras de misa de doce en la Catedral, se ha impuesto el silencio ante cualquier forma de crítica, de análisis o de opinión lanzada con el sentimiento patriótico más profundo, pero lejos de la práctica del halago, de la pelota o del botafumeiro. A fuerza de callar, señora, nos estamos quedando sin voz y lo que es peor sin voto y vamos por la vida como náufragos en patera. Y no es, no señora, que nosotros, los que nos dedicamos a la dura tarea de recoger sucesos o rumores para transmitirlos al público en general y en butaca, sin convertirlos (por la cuenta que nos tiene) en historietas para epatar a la burguesía, ni mucho menos para herir los sentimientos de quienes queremos favorecer y a veces, tal vez se nos escapan términos que quiebran la gramática que usted mantiene para el mejor acomodo de los estudios de sus hijos¿ Pero no es porque tengamos la leche amerengada, ni porque envidiemos a quien alcanza puestos encumbrados, que no señora, que pobre nacimos y en pobre seguimos, y como el autor de Las bicicletas son para el verano, que se nos fue muertecito el pobre cuando más falta hacía, el que nace pobre sabe que no llegará nunca a rico y se conforma con la voluntad de Dios y de los hombres. Pero a veces, en ocasiones y en España con demasiada frecuencia aparecen en pantalla seres tramposos, uraños, insociables y manipuladores de los bienes ajenos, y nos da rabia y creemos -¡infelices!- que con nuestras palabras podremos llegar a corregir tanto desmán como ocurre en esta península Ibérica, llenada de remiendos. Y lo que más nos encocora y cabrea no es el desmán en sí, el hurto o la trampa oficializada, ni siquiera consigue rendirnos el aumento descarado y canallesco. Lo que nos subleva es que usted, señora nuestra, y tantísimas señoras y señoritas como pueblan el país, contemplen cómo se nos va la vida en latrocinios, cómo se nos viene la muerte sin esperar a los afectos del cambio climático, y nada hacen para remediarlo, ni protestan ni se arriesgan manifestándose en la puñetera calle para que al menos los que mandan, los que gobiernan, los que aparecen en los anales como principales, sin comerlo ni beberlo, por la gracia del espíritu santo además de no irritarse civilizadamente, si es necesario para seguir tranquilos, pues digo que pese a lo que nos sucede y nos espera, ni usted ni las que son como usted se echan a la calle, protestan, se irritan ni se atreven a solicitar que al menos los muy señalados dejen el momio, se apeen del machito y no culpen de lo que nos sucede a nuestra mala cabeza o a la huelga de los cultivadores de la berza. ¡Eso, señora nuestra, tampoco!