Diario de León

EL AULLIDO

El socialista sentimental

Publicado por
LUIS ARTIGUE
León

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COMO ESTAMOS EN LA LLAMADA «jornada de reflexión» y por eso no se puede hoy escribir sobre política aprovecho al menos para recordar con emoción, cada cual tiene sus mitos, a alguien que fue a la vez un escritor, una víctima de la ortodoxia y un hombre que supo asumir la responsabilidad de la lucidez: Max Aub. Y teniendo en cuenta que se trata de un autor de culto consagrado y olvidado, sí, bueno es saber y hacer saber que hablamos de cierto hombre apasionado que, una vez, hizo algo importante por todos nosotros. La verdad es que ayuda a entender la España de hoy el ejercicio de tratar de comprender a este inmigrante; a este intelectual reconocido de apellido alemán aunque nacido en Francia, huido de allí al estallar la I Guerra Mundial, criado y casado en España, expulsado de nuestro país y el suyo durante la Guerra Civil y sufridor por esta causa de por vida. En 1937 se estableció en París y allí permaneció hasta que llegó la II Guerra Mundial y, debido a su origen judío-alemán por parte de padre, los nazis lo recluyeron en el Campo de Concentración de Venet, primero, y luego en un campo de confinamiento argelino. Al ser liberado de ese infierno iría a México donde residiría hasta su muerte. Entre otras cosas en el exilio escribió seis novelas sobre la Guerra Civil agrupadas con el título genérico de «El laberinto mágico». Igual que César Vallejo nos llevaba en la sangre. Sí, siempre añoró Valencia y siempre sufrió por España pues, como él mismo decía, «uno es de donde hace el bachillerato». Existe una dignidad que sólo conocen los vencidos, claro, pero a pesar de eso nuestro autor no pudo quitarse nunca de encima la decepción. Normalmente un narrador es capaz de mirar a la gente con la seguridad de quien sabe contar la vida a su manera pero Max Aub, que había llorado de rabia en varias guerras y países, observaba a la gente con ternura a través de sus lentes redondas: las circunstancias habían hecho de él un humanista compasivo. Pero de vez en cuando gritaba. Era un activista de las ideas luchando a pie de obra. Un ser humano apasionado fumando en pipa como quien apura la vida que le queda. Un contestatario, sí, pues la rebeldía útil de un escritor, como él bien nos enseñó, consiste en no callar. Ése es aún su vigente mensaje. Max Aub hablaba castellano con acento francés como diciendo siempre más de lo que decía. Murió lejos de todo dejándonos una obra conmovedora -novelas, obras de teatro, guiones de cine, poemas... - que se ha convertido en resumen y moraleja de un momento histórico, de una ideología y de una forma limpia, igualitaria, libertaria, laica, solidaria y verdaderamente progresista de entender el mundo. Repasar la vívida literatura de Max Aub se ha vuelto aún más pertinente últimamente porque en este país olvidadizo ya pocos recuerdan o conocen con exactitud de dónde venimos, pero todos creen vislumbrar a dónde vamos. Por eso su obra, que parece hablar sobre el pasado de España, tiene ahora una lectura en clave presente de lo más interesante. Así de entre sus novelas recomendamos hoy una áspera, miscelánea y tan ideológicamente lúcida que siempre es actual. Narra, a modo de asombrado diario, la última visita que nuestro autor hizo a su país, España, y se titula convenientemente «La gallina ciega». La izquierda formada e informada, en sus discursos, siempre se ha acordado de citar a Antonio Machado y a María Zambrano, pero sería justo y hermoso volver a recuperar a Max Aub, a ese novelista de expresión prodigiosa y cuya ficción está repleta de pensamiento, ese hombre incuestionable cuya vida integró dedicación y compromiso en altas dosis. Fue un escritor que no escribió para sí mismo sino para nosotros, nuestros padres y nuestros hijos. Fue un soñador reflexivo, sí, y por eso parece de lo más idóneo reivindicar su obra para llenar de contenido esta «jornada de reflexión».

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