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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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DESPUÉS DEL DEBATE, mediante el cual España y los españoles por tanto pretenden conocer la realidad nacional y el estado de la nación, no le quedó al ciudadano otra opción que la de descansar a la sombra de sus propias dudas. Porque en resumen, el famoso debate entre José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy no esclareció absolutamente ninguna de las dudas que el españolito tenía antes del debate. Le quedaba conocer, a través del prójimo técnico, saber quién de los dos contendientes había resultado vencedor y quien derrotado para dormir tranquilo. Sabe el menos enterado en tales cuestiones que el resultado es presumible cuando los contendientes representan a un partido, a una afiliación, a un familiar o a un poderoso favorecedor de amigos. Y así, para los señores del socialismo andante y triunfante el mejor fue, al cabo del encuentro con su opositor señor Rajoy, el rival natural señor Rajoy. Unos le atribuyen el triunfo a Don José Luis por su talante y su oportunidad a la hora de la réplica y la otra parte de la contratación se empeñará en demostrar que el ganador fue Don Mariano, por su mayor solidez dialéctica. Y el que anda a greña sin saber a quién atenerse, se queda como estaba al comienzo de la partida: Sin saber con certeza si Don Mariano o Don José Luis han ganado con razón y con honor o si solamente se trata de un resumen elaborado a brazo por los afines, o sea por los correligionarios. De lo que se deduce que para obtener un resultado ecléctico habría que confiar el grave menester en opinantes independientes y sin ningún compromiso con ninguno de los dos participantes: Nosotros, los de León, contentos de ser de aquí, nos sentimos obligados e inclinados a depositar nuestra razón de fe, en el paisano, señor Zapatero, si no por su nacencia, sí por su familiar vivencia en el territorio. Y Don Mariano habrá de conformarse con que algún leonés antiguo se acuerde de cuando el gallego andaba estudiando leyes en el Colegio Leonés. Conviene establecer las líneas fronterizas de cada caso porque no suceda como en la última consulta a la que asistí como espectador, en la cual figuraba, formando parte de la tertulia, dirigida por una señora o señorita, y en la cual reunión aparecía una señora vestida de negro, que apenas comenzó el intercambio de opiniones, se hizo con el uso y el abuso de la palabra y no permitió que el resto de la composición, formada por tres caballeros de pelo en pecho y alguno de barba cana, metiera baza en la cuestión a debate. Y cuando alguno de los caballeros formantes de la tertulia intentaba intervenir, la señora vestida de negro, adelantaba los brazos en un gesto imperativo y reanudaba su discurso, sin dejar un hueco para que el resto de los tertulianos metieran baza¿ Hablar de más y cuando no es oportuno suele ser un defecto español, de difícil corregimiento. Y el resultado de este talante agresivamente dialéctico es que rara vez se consigue que en un debate, se trate de política o de religión, se imponga la verdad, la razón, la discreción y el conocimiento. Todas nuestras reuniones acaban por ser dominadas por señoras vestidas de negro¿