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TRILLADOS los análisis y resultados, vuelve el pueblo los ojos a lo suyo, que es el ombligo y la hipoteca. Cuando el pueblo está cansado, vaguea hasta en el habla echando sílabas por la borda y dice «estoy canso »... canso de esto, de lo otro y del ojalá. Nos fatigamos en nuestra cultura cansada, inamovible. Incluso del éxito o de la victoria nos hartamos los españoles, más hechos en nuestra historia a encontrar un problema para cada solución y a revivirnos en la tensión o en el chinchar al de enfrente porque... «el infierno son los otros». ¿Es bueno que crezca la realidad y la idea de una España bipartidista o nos comemos también aquí sílabas y tendremos que decir bipartida?... ¿Cabe alguna tregua entre las dos realidades políticas que se reparten la pasión nacional, dos concepciones del estado y su andar en las que más de un picudo analista sigue viendo las dos españas que se hielan mutuamente el corazón?... Cunde por ahí la idea de que debería darse un ejemplo de civilidad y formarse una gobernación del país en coalición, un entente que supere esa partición histórica para poder alcanzar el techo de nuestras ambiciones comunes. Lo curioso -y sospechoso- de esta propuesta es que nace siempre de los que pierden y se quedan en la mesa estando lejos de la fuente y del estofado. La derecha española opinante suscribe esta fórmula y nos remite últimamente al ejemplo alemán de la Merkel coalicionada. En sí, la propuesta es sugerente y conciliadora, superadora de las españas que andan en sentidos inversos o divergentes, pero en ningún momento de nuestra historia ofreció ese conjunto conservador coaligarse con los adversarios políticos cuando tuvieron el poder por el rabo. ¿Por qué ahora sí?... Pedirles a los socialistas que compartan timón y rumbo puede entenderse como cierta sinvergonzonería política. Y si es verdad que «sólo se recibe lo que se da», pues no parece que haya caso. Sin embargo, lo que se anuncia y se viene encima bien podría aconsejar un convenio, ya que no coalición. De lo contrario, entrando una crisis por la puerta y saltando parados por la ventana, no lo tendrá fácil quien gobierne, pues tendrá que encarar cuatro años de desgaste calculado, bronca laboral, hipoteca del crecimiento... y un permanente chinchar, o sea, lo nuestro.

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