EL AULLIDO
Canciones de amor en Villalobar's Club
YO PROVENGO DE un pueblo o resumen del mundo en el que todo tiene su momento, su gracia, su misterio y su rito. Un lugar más surrealista que costumbrista en el que los contrastes y las rarezas parecen meros condimentos para la realidad, ese plato cocinado a fuego lento por madres legendarias cuya mirada acaricia. Las prostitutas, como enseñándonos que el mundo es ancho y ajeno, llegaron para quedarse una noche, de repente. Abrieron un local transfronterizo, oscuro y mágico junto a la carretera. Luego otro, y otro, y otro¿ Desde entonces para nosotros Pretty Woman es más realidad que metáfora. Desde entonces nuestro corazón es una casa de citas. Para cuando llegamos a la adolescencia, que fue mucho antes de que la adolescencia llegara a nosotros, había computadas -nunca mejor dicho- en Villalobar más prostitutas que habitantes. De hecho así lo atestiguó un artículo a toda página publicado entonces en El País, en el que, debajo de una foto del Toro de Osborne, se decía que este pueblo era el de mayor ratio de prostitutas por habitante de esta España surrealista y nuestra -siempre me pregunté quién y cómo haría el censo-. Un pueblo largo y lento como un blues, uno apegado a sus raíces y sus pequeñas cosas, tuvo de pronto que decidir si cerrarse o abrirse ante la llegada de lo nuevo¿ Nosotros decidimos abrirnos así, como se deciden estas cosas: sin pretenderlo pero mereciéndolo. Pero aquello no sólo cambió nuestras noches sino también los días pues pronto descubrimos que las noctámbulas trabajadoras del amor, de día se convierten en vecinas integradas que luchan con denuedo por ganarse esa normalidad que de ordinario se les niega. Las prostitutas, sin maquillaje de guerra, compraban y sonreían. Las prostitutas, sin ropa minimalista, jugaban a la brisca. Las prostitutas, como procesión de almas en pena, iban a misa y lloraban ante la Virgen María Inmaculada en un acto tan contradictorio y emocionante que parecía la verdad misma. Yo, como digo, crecía entonces cerca de la realidad y el mito en un lugar en el que la hospitalidad era otra religión. Por eso por años que pasen nunca olvidaré las Nocheviejas en casa de mis padres con tostadillo, y música, y ecuatorianos, moros, empleadas de la pasión efímera, algún indigente llegado cada año a la misma hora, y la abuela, y nosotros¿ Nosotros ya aprendices de nada y de todo sin darnos cuenta. Yo crecía pues mientras el multiculturalismo y el interculturalismo se adueñaron de nuestra vida diaria con esa naturalidad de lo verdaderamente surreal. Transitaba por las calles y casas mientras éstas se empezaban a llenar de moros vendedores de alfombras y tecnología casera, ecuatorianos aferrados a su musical indigenismo, tratantes, chulos con mascarilla y dignidad de nobles vestidos con traje y corbata y sujetando en la mano izquierda su botella de oxígeno, veraneantes asturianos buscando sol o calor y sobretodo venus negras tiernas y canallas como versos de Baudelaire que ya siempre conformarán mi cimiento y mi principio. Escuchaba sus historias, procedencias y sueños, y la imaginación me desobedecía. Mis emociones se contradecían. Mi inteligencia era espoleada por aquel tiempo a base de palos y sorpresas, y conocí entonces la amistad, y el amor, y el brillo de lo distinto, y el poder de lo contado y de lo imaginado, y ese lazo invisible e imprescindible que une a las familias fundadas por un padre que no sabe dividir. Yo crecía y me formaba¿ Pero tuve que interrumpir mi formación y crecimiento para ir a la universidad. Desde entonces todo ha cambiado en mí pero mi mundo sigue como siempre. A veces regreso a Villalobar -con sus putas, tan entrañable- y siempre veo allí un instructivo resumen del mundo. Y vuelvo atrás la vista para repasar mi vida. Y entonces recuerdo siempre algo que me dijo una vez mi abuela Margarita: «Tú, creciendo aquí, tenías que ser escritor¿ ¡No te quedó más remedio!».