LITURGIA DOMINICAL
Bendito el que viene en nombre del Señor
Con el Domingo de Ramos entramos en la Semana Santa. Este domingo está lleno de significado, es el misterio del Dios salvador que apuesta por el hombre hasta entregar por él hasta el último aliento de vida; nos recuerda lo que significa el hombre para Dios, lo que ha costado para el cristiano su condición. La Fiesta de este Domingo tiene un doble título que no conviene olvidar: es Domingo de Ramos, pero también de la Pasión del Señor. Por esta razón, el Domingo de Ramos -pregón del misterio pascual- comprende dos celebraciones: la procesión de ramos y la Eucaristía. Del aspecto glorioso de los ramos pasamos al doloroso de la pasión. Esta transición no se deduce sólo del modo histórico en que transcurrieron los hechos, sino porque el triunfo de Jesús en el Domingo de Ramos es signo de su triunfo definitivo. Los ramos nos muestran que Jesús va a sufrir, mas, como vencedor; va a morir, pero para resucitar. En resumen, el domingo de Ramos es inauguración de la Pascua, o paso de las tinieblas a la luz, de la humillación a la gloria, del pecado a la gracia y de la muerte a la vida. Y lo que es realidad para Jesús lo será también para todos los que por el Bautismo participan de su vida y de su muerte. Un teólogo español, Casiano Floristán afirmaba: «El pueblo se ha identificado y se identifica a su modo con el Crucificado, más que con el Resucitado, quizá porque su historia es una historia de sufrimientos. El pueblo venera a Cristo como varón de dolores, sufriente y moribundo, con el que se identifica a través del llanto, como pueblo de oprimidos y desheredados. Por esta razón es el Viernes Santo, no la Pascua, la fiesta cristiana popular por antonomasia. La muerte de Cristo es símbolo de todo sufrimiento, tanto del natural como del provocado. Muy en segundo plano queda la cruz como imagen del Cristo resucitado. En ese Dios desamparado y cercano, no en el Todopoderoso distante, encuentra alivio el pueblo al buscar la cura de sus sufrimientos por medio de un sufrimiento divino». Y razón no le falta. Sin embargo, detenerse en la Pasión dolorosa sería no entenderla. Es sorprendente constatar que los evangelistas, ya no son capaces de presentar un relato exclusivamente doloroso de la Pasión, porque la ven y la entienden a través de la visión gloriosa de Cristo resucitado. El mejor correctivo de una visión incompleta de la Pasión nos viene precisamente ofrecido en la segunda lectura, en la que San Pablo hace descubrir a los Filipenses la humillación de Cristo, hecho siervo y semejante a los hombres y yendo en su humillación obediente hasta la muerte. Pero en seguida añade: «Por eso Dios lo levantó sobre todo». Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra y toda lengua proclame que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. Amén.